El Partido Carlista y el 1 de Mayo
La gran crisis económica de la globalización neoliberal ha dejado fuera de juego a gobiernos, organismos internacionales, partidos políticos, patronales y sindicatos.
Nadie ni nada ha servido para controlar un sistema financiero, corruptor y corrompido, que campa por sus respetos y que obliga a gobiernos y organismos internacionales a acudir en su ayuda, y que representa a la economía especulativa, aquella que hunde a particulares, familias, empresas y países. Un conjunto de especuladores financieros que, refugiados en paraísos fiscales, parasitan a la economía real, la de producción y servicios, la de empresarios, técnicos y trabajadores.
Crisis económica, crisis política y crisis institucional, que es consecuencia de la profunda crisis moral que atenaza nuestra sociedad, en la que aquellos sindicatos, financiados y espléndidamente subvencionados por el régimen, dictan la política económica de un gobierno, y de sus correspondientes gobiernos territoriales, con mucho simbolismo, poco realismo y ninguna solución concreta.
En su respuesta a la crisis sobran palabras y promesas y se echan en falta medidas concretas para afrontar la recesión y generar empleo, para superar los problemas de liquidez, de crecimiento y los estructurales. Nada de optimizar medidas de protección social y de creación de empleo digno, ni de articular una reforma fiscal justa para redistribuir los recursos.
En su demagogia, mezclan ignorancia y propaganda política partidista que sólo da de comer a unos pocos con carné. Al resto, a los trabajadores, esa clase política corruptible y corruptora sólo nos utiliza para que seamos el taburete para su ascenso.
Perdidos el norte, el sur, el este y el oeste, ni el veleta sindicalismo del régimen ni el atomizado sindicalismo alternativo, mueve pieza, ni ante la tragedia del paro, que parece ser que únicamente ha de preocupar a las familias de quienes la sufren.
Nosotros, los trabajadores carlistas, ante este 1º de Mayo, volvemos a plantear la necesidad de una profunda autocrítica en el seno de un movimiento obrero, que sigue planteándose los problemas de los trabajadores con pensamientos de siglos pretéritos que no responden a la realidad de un tiempo en el que cada minuto más de 100 personas cruzan el umbral de la pobreza en el mundo.