Quiénes somos

Los Países que conforman el Estado Español se encuentran en este momento histórico ante una encrucijada importantísima para su futuro. El grisáceo presente de desarticulación general en todos los ámbitos de la vida en el Estado Español (económica, social, política, cultural, etc.) así como las tendencias generales del proceso de globalización neoliberal nos lleva a reflexionar sobre está situación de crisis, sobre como se llegó a ella y sobre como modificar una trayectoria histórica que apunta hacia la definitiva desaparición de nuestros Países como tales.

En medio de este panorama, un conjunto de colectivos de personas de los diferentes Países del Estado Español, reivindicamos y hacemos efectivo el derecho a no ser meros espectadores de nuestra vida colectiva. Afirmamos y defendemos pues las Identidades nacionales de nuestros Pueblos así como su derecho a la Autodeterminación. Somos conscientes de que el marco de la explotación capitalista es el del Estado Español así como de que es éste un instrumento muy destacado del neoliberalismo en el desmantelamiento de nuestros Países, y por lo tanto consideramos como ámbito estratégico para una acción política eficaz el del territorio del actual Estado Español. Sin embargo esto no supone para nada ninguna aceptación de los esquemas estatalistas, pues entendemos que la estrategia política general debe ser el resultado de la combinación de unas estrategias políticas autónomas en base a la diferente realidad de nuestros Países y del análisis de las situaciones políticas y económicas que se dan tanto a nivel estatal como europeo o mundial.

Siendo conscientes como somos de que el “presente” que vivimos es el producto de una trayectoria histórica en continuo movimiento que tiene su nacimiento en el siglo XIX con la creación del Estado liberal, y de que conocer nuestro autentico “pasado” es fundamental para comprender nuestro “presente” y así poder condicionar nuestro “futuro” como Pueblos, optamos por situarnos sin ningún tipo de complejos en un movimiento que, tras dos siglos de lucha contra el Estado liberal y el proceso histórico que éste promueve, ha construido (partiendo de una neta base popular en el interior de nuestros Países) un depósito socio-político que en la actual lucha contra el Neoliberalismo adquiere de nuevo plena vigencia. Este necesario depósito ha sido y es canalizado principalmente a través de una estructura de formación y acción política: el PARTIDO CARLISTA.

Es ésta una organización que no se corresponde con los clásicos modelos del partido electoralista burgués o del vanguardista leninista, no es un partido al uso que aspire a gestionar o conquistar las estructuras políticas del Estado Español, sino una organización que por encima de las actuales luchas de siglas propugna el difundir y aplicar desde nuestra misma realidad presente un programa de cambio histórico que cuestiona las estructuras más fundamentales del poder social en el Estado Español.

1. Las fuentes del pensamiento Carlista

El Partido Carlista, que es el resultante de dos siglos de movilización socio-política de determinados sectores populares del territorio históricamente conocido como Las Españas, existe actualmente como proyecto de transformación social porque ha ido desarrollando sus presupuestos políticos, su doctrina y sus formas de lucha de tal forma que sus análisis y sus acciones resulten eficaces para intervenir en la sociedad. Este desarrollo ha sido posible gracias a que el pensamiento Carlista no constituye un cuerpo doctrinal dogmático que este cerrado sobre si mismo sino una doctrina flexible que busca ser un instrumento eficiente de las clases populares en la lucha por su Emancipación.

1.1. El sentido de la Tradición Carlista: una praxis de renovación y defensa de la Comunidad 

Hasta la irrupción de la Modernidad capitalista en el siglo XIX a través de un Estado construido autoritariamente de arriba abajo mediante la acoplación de las diferentes oligarquías de la antigua Monarquía Hispánica, el paisaje socio-político que se daba en Las Españas no era más que una agregación de diferentes entidades territoriales y sociales de muy variado carácter y amplitud, que tenían un importante grado de autogobierno y libertad, siendo su personalidad anterior e independiente de la del poder estatal.

Con la construcción del liberal Estado moderno, la cual arranca de las Cortes de la Cádiz y es inseparable del proyecto nacionalista-españolista, las estructuras sociales tradicionales serán progresivamente transformadas, lo que conllevara la desarticulación de los espacios de libertad comunitaria de los que disponían las clases populares dentro de esas estructuras sociales. Así los sectores populares percibirán con acierto como el nuevo Estado, que fundamenta su poder en el militarismo españolista y en el pacto de las diferentes oligarquías, ataca sus espacios, limitando así su autonomía social y cultural, en nombre de un abstracto Progreso economicista. El Carlismo surge precisamente como la respuesta socio-política de amplios sectores populares en defensa de su Tradición comunitarista frente a la agresión que representa el estatalismo liberal-centralista.

Así mientras que la acción histórica del Estado creado por el liberalismo está dirigida a la continua rearticulación de la sociedad de acuerdo con los intereses de las clases oligárquicas continuando así progresivamente con el desmantelamiento del antiguo entramado comunitario, la acción del Carlismo históricamente ira dirigida hacia la abolición de dicho Estado, a la defensa de los intereses populares y de las culturas autóctonas tradicionales, y a la permanente defensa y re-construcción de una contra-sociedad (el llamado Pueblo Carlista) basada en espacios autogestionarios, de carácter auténticamente comunitario y de estructuración federativa, dotados de una lógica y practicas sociales globalmente diferentes a las del Estado liberal.

Este planteamiento es el que define y estructura al Carlismo como proyecto socio-político en todos los momentos históricos, dotándolo de un continuum estructural que le permite reproducirse socialmente. La Tradición Carlista no implica pues ningún tipo de erudición nostálgica sino la acumulación de las experiencias (“progreso hereditario” la denominó Vázquez de Mella) en que los Pueblos hispánicos han luchado contra la opresión de las oligarquías o han creado instituciones donde podían vivir más libremente. Esta es la realidad de nuestra Tradición: un estimulante y una base de partida para una lucha constante por la Liberación y supervivencia de nuestros Pueblos.

1.2. El pensamiento histórico carlista

De la combinación de la práctica insurgente de las comunidades populares contra el Estado liberal y de la cultura política tradicional de estas comunidades, inmediatamente surgieron las primeras elaboraciones teóricas para proporcionar unas herramientas que explicaran las transformaciones sociales que se estaban dando.

El primer Carlismo, que nace como un movimiento popular con una base cultural pre-moderna, pero enfrentado a la naciente Modernidad que encarna el Estado liberal, entra en la categoría de movilización socio-política de la “rebeldía primitiva”, un estadio en la historia de los movimientos sociales que se caracteriza a nivel discursivo por la reinterpretación de las tradiciones autóctonas para combatir las nuevas formas de opresión que trae consigo la Modernidad.

Así utilizando como referencia elementos de la historia autóctona desde el Carlismo se ira construyendo una teoría política que tendrá su máxima concreción en el lema “Dios-Patria-Fueros-Rey”, síntesis de los pilares fundamentales de la doctrina carlista, que serán una filosofía humanista y social de raíz cristiana, una concepción comunitarista y federativa de la Patria, un proyecto de sociedad estructurada federativamente de abajo a arriba de forma que sea posible la más amplia democracia participativa, y una concepción pactista del poder que tendría su máxima expresión en el llamado Pacto Dinastía-Pueblo.

Un rasgo importante de la doctrina carlista es su no adscripción a un dogmatismo inmovilizador, pues no se autoconcibe como una realidad ideológica completa que se puede concebir de forma aislada de la realidad social, sino como un aparato teórico en continua reelaboración que para seguir siendo fiel a la Causa que la originó necesita responder a la problemática cambiante de la sociedad. Militantes carlistas como Arístides de Artiñano, Vicente Manterola, José Indalecio Caso, Bienvenido Comín, Alfredo Brañas, Juan Vázquez de Mella, Eustaquio Echave-Sustaeta, Jesús Etayo Zalduendo, Joan Bardina, Juan María Roma o Tomàs Caylà, entre otros muchos, con todos sus aciertos y errores, que hay que entenderlos dentro su contexto histórico, contribuyeron a enriquecer la doctrina heredada con sus diferentes aportaciones, las cuales no hay que entender como afirmaciones dogmáticas realizadas al margen de la propia tradición doctrinal, sino como intentos de desarrollar una doctrina que nunca fue concebida como patrimonio de un grupo de intelectuales sino de todo un Pueblo.

De mediados del siglo XX, hay que destacar los trabajos del Movimiento Obrero Tradicionalista (MOT) y de la Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas (AET), que fueron fundamentales para la revisión y clarificación del pensamiento carlista, preparando así la reestructuración y modernización definitiva que se produciría en el tardofranquismo con los Congresos del Pueblo Carlista en Arbonne y la elaboración del actual proyecto carlista de Socialismo de Autogestión Global. Las Fuerzas Activas Revolucionarias Carlistas (FARC) por su parte supusieron un primer e interesante encuentro entre el movimiento carlista y el materialismo histórico, es decir el método de análisis “marxista”.

1.3. El Humanismo Social Cristiano

El Carlismo hizo su aparición en el marco de unas comunidades pre-modernas cuyas pautas culturales eran de carácter confesional religioso. La religión católica era la estructura que vertebraba el espacio social y cultural de la comunidad tradicional. En esta sociedad hombres y mujeres ligaban su vida afectiva a un sistema de ritos y valores cuyo eje era la iglesia local, en torno a la cual se tejían las relaciones interpersonales dentro de la colectividad campesina tradicional. Por tanto el Carlismo al igual que otros movimientos pre-modernos recurrió a la referencia religiosa como fuente de ideología y legitimidad en cuanto que ésta era la máxima expresión en última instancia de una serie de valores comunitarios y societarios que estaban en proceso de erosión a causa de la penetración del sistema de valores individualistas propio del capitalismo liberal.

Cuando desde la Iglesia Católica se empiecen a asumir los retos que genera la Modernidad y se empiece a elaborar el pensamiento social-católico moderno, el Carlismo lo asumirá y lo desarrollará de forma autónoma, pues la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) no constituye un programa político sino una serie de principios que debían ser interpretados y desarrollados por los laicos desde su concreta y particular realidad social. Así los carlistas también participaran del movimiento obrero católico y contribuirán a construir sindicatos y cooperativas.

El social-catolicismo planteaba la búsqueda de un nuevo modelo social de carácter cooperativista y federativo más allá del capitalismo liberal y del estatismo comunista, teniendo uno de sus mejores y más avanzados representantes en el filósofo francés Emmauel Mounier. Mounier y otros pensadores católicos, desde la revista Esprit, elaboraron una filosofía denominada Personalismo alrededor de la idea de reconstrucción de la comunidad personal frente a la mercantilización y atomización social inherentes a la sociedad capitalista. Los filósofos personalistas también denunciaran el peligro del totalitarismo fascista como la más grave amenaza para la dignidad y la libertad del ser humano. La influencia de Mounier y sus compañeros se hará notar tanto en la Declaración Universal de los Derechos Humanos como en todas las corrientes de la llamada Izquierda cristiana, que se desarrollan durante la segunda mitad del siglo XX.

El Concilio Vaticano II supondrá la modernización de la Iglesia Católica, siendo asumida la realidad de la secularización de la sociedad moderna y reconociéndose a la libertad religiosa como un derecho consustancial a la libertad fundamental del ser humano. Entonces el Partido Carlista al igual que otras fuerzas sociales y políticas abandonó la confesionalidad, pasando a definirse como un partido laico, sin que esto suponga renuncia alguna a sus raíces cristianas, siendo todo lo contrario: la búsqueda de su necesaria adaptación a la nueva realidad para proyectar de forma valida unos valores y una filosofía donde las personas humanas asociadas en comunidad deban constituir el centro de toda estructura social. El Partido Carlista, pues, rechaza el sistema vigente actualmente en cuanto que aunque afirma respetar los Derechos Humanos sus estructuras sociales después impide que estos se hagan realmente efectivos.

1.4. Movimientos de reconstrucción nacional/regional

El Estado centralista madrileño al igual que los demás estados liberales de la Europa decimonónica siempre aspiró a constituirse en un Estado-nación culturalmente homogéneo. Por eso va a llevar a cabo un artificial proceso de nacionalización españolista desde una perspectiva elitista que no tenía en cuenta las realidades plurales que históricamente se habían configurado como Las Españas. Así el liberalismo supuso la imposición de elementos culturales (previamente deformamos y desnaturalizados) de origen castellano o andaluz, de un mercado-nación y de un marco jurídico-político rígidamente centralista y unitario.

Frente a la opresión centralista se sublevaron las comunidades carlistas en defensa de sus particulares tradiciones de autogobierno, de derecho, de cultural, de lengua, de economía comunitaria, etc. Se contrapusieron así dos concepciones de lo que debía ser España. Por un lado estaba la jacobina-liberal, cuyas raíces estaban en la Revolución Francesa, y que planteaba construir una Nación española unitaria no respetando siquiera las viejas fronteras de las comunidades históricas, llegando pues a crear una división provincial totalmente arbitraria y artificial. La concepción foralista-carlista por su parte exigía la revitalización de la tradición histórica de las Españas, postulando un modelo de convivencia basado en la libertad y en el respeto mutuo de las diferentes nacionalidades y comunidades histórico-culturales dentro del marco de una Monarquía confederal que fundamentaba su legitimidad mediante un pacto con los pueblos federados.

Durante el siglo XIX se desarrolló en Europa la corriente cultural del Romanticismo, que frente al estrecho culto al Progreso que propugnaban los nacionalismos estatalistas postulo la recuperación y la potenciación de las culturas rurales, de las tradiciones populares y de la historia autóctona. Bajo la influencia del Romanticismo surgieron diversos movimientos de defensa del patrimonio étnico-cultural, de renovación lingüística y literaria, y de lucha por el autogobierno de sus comunidades. El Carlismo será influido profundamente por estos planteamientos, de forma que los carlistas promoverán y apoyaran activamente las iniciativas para la defensa y revitalización de la herencia cultural e histórica de los diversos Países hispánicos. El Partido Carlista, fiel pues a sus raíces fueristas, formara así parte de diferentes plataformas de carácter regionalista en los comienzos del siglo XX.

La década de 1960 verá como al calor de las luchas antiimperialistas del Tercer Mundo se originó un nuevo pensamiento de izquierda donde la cuestión de la opresión nacional ocupaba un lugar central. Este nueva corriente ideológica, que tuvo algunos de sus mejores exponentes en Fanon, Lafont y Memmi, tendrá especialmente influencia en un sector de la izquierda francesa, desde el cual repercutirá en toda una multitud de movimientos nacionalistas y regionalistas que, claramente definidos en posiciones de izquierda, empiezan a organizarse y moverse en Europa. Como consecuencia del desarrollo ideológico de esta tendencia, conocida primeramente como tercermundista, surgirán diversas teorías, entre las cuales se puede destacar la Sociolingüística Marxista (que analiza los fenómenos de aminorización lingüística como resultado de la subordinación de unas clases sociales respecto a otras) y la Teoría del Colonialismo Interno (que explica los aspectos económicos de la opresión centralista).

El Partido Carlista no fue ajeno a todo este renacimiento de los movimientos de reconstrucción nacional, así el regionalismo particularista de los inicios del siglo XX dejó paso a nuevas formulaciones donde las comunidades histórico-culturales ya son definidas en términos claramente nacionales, y donde entroncando con la tradición pactista el Derecho de Autodeterminación de las nacionalidades se convierte en un instrumento fundamental para la reconstrucción de las Españas mediante la creación libremente pactada de un nuevo marco político de carácter federal y socialista.

1.5. La Nueva Izquierda y los Nuevos Movimientos Sociales

El Partido Carlista también recibió con fuerza la influencia de los nuevos movimientos sociales que se desarrollaron en Europa occidental y en Estados Unidos a raíz de los cambios culturales de la década de 1960. Se construyó entonces una nueva forma de concebir las luchas sociales al margen tanto del paradigma ciudadanista del individualismo liberal (que entiende a las personas únicamente como ciudadanos aislados, siendo éstos y el Estado los únicos sujetos políticos que reconoce) como del paradigma hiper-obrerista de la vieja izquierda industrial, que postulaba al proletariado como único sujeto de transformación de realidad, proletariado que a su vez era conceptualizado de forma cada vez más reducionista y al cual debían remitirse y subordinarse cualquier tipo de reivindicaciones sociales y políticas, salvo que quisieran ser despreciadas y excluidas como pequeño-burguesas.

En aquella agitada época surgieron los movimientos antimilitaristas y pacifistas, se desarrollo una nueva conciencia de la solidaridad internacionalista, reapareció a lucha por la emancipación de la mujer, el movimiento estudiantil adquirió una significación nunca vista, se modernizaron los movimientos de defensa de las culturas y lenguas minorizadas y nacieron con fuerza las luchas ecologistas y antinucleares. En un mundo dominado y determinado por la Guerra Fría, las semejanzas entre las dos superpotencias empezaron a resultar cada vez más evidentes (militarismo, imperialismo, autoritarismo social, un modelo económico totalmente agresivo respecto al medio ambiente, etc.) mientras que los antiguos partidos de la izquierda obrerista se habían convertido en maquinas burocráticas y electoralistas (estando totalmente integrados en el sistema) todos estos nuevos movimientos supusieron la emergencia de un generación que buscó nuevas forma de intervención social y política, cuestionando los limites y el seudopluralismo de las sociedades del Primer Mundo, y llegando así a incorporar a la lucha a nuevos sectores sociales que no se sentían representados por la cultura política de la vieja izquierda.

En este contexto surgió el fenómeno de la llamada Nueva Izquierda que presentó un carácter profundamente anti-autoritario. Una parte de estos nuevos sectores encontró un referente político de proyección internacional en la Yugoslavia de Tito, el único Estado de la Europa del Este que había roto de forma exitosa con el monolítico estalinismo de la URSS, pudiendo así ensayar un modelo propio y autónomo de construcción del Socialismo, basado en la autogestión obrera y en una mayor flexibilidad social, superando así gran parte de los fallos del Estatismo soviético.

El Socialismo autogestionario de Yugoslavia, con sus aciertos y sus errores, contribuyo pues al desarrollo de una Nueva Izquierda que, más allá del mesianismo de partido, entendía que era precisamente a los propios trabajadores organizados de forma asamblearía a quienes debía corresponder el protagonismo político.

El Partido Carlista en su renovación ideológica fue influido por estos movimientos, que en muchos casos enlazaban con aspectos de la tradición política del Carlismo. El tradicional comunitarismo carlista encontró de esta manera una expresión moderna a través de una particular reformulación de las teorías autogestionarias: el Socialismo de Autogestión Global, mediante el cual se busca una democratización global de la sociedad.

Los nuevos movimientos sociales dieron la impresión de estar desbordando a la sociedad capitalista, pero ésta supo domesticar e integrar a gran parte de estos sectores cuando comprendió que en el momento en que estos movimientos se constituían a si mismos como única referencia política de cambio social no podían ya cuestionar el conjunto del sistema sino solo algunos efectos del mismo. Así debido a la ausencia de una crítica unitaria de la sociedad buena parte de estos movimientos se moderó y se institucionalizó en nombre que posibilismo sectorial que los condujo a su estancamiento.

El Partido Carlista consciente de este fracaso propugna un proyecto de emancipación global basado en la asociación de las diferentes luchas sociales, que sin perder su especificad deben converger en un mismo marco, dotando así de contenido a una re-construida Comunidad en cuanto contra-poder popular.

2. Ejes fundamentales de la Alternativa Socialista Carlista

La acción social y política del Partido Carlista va dirigida a alcanzar unos objetivos estructurales que solo pueden ser desarrollados desde la realización de una continua y laboriosa intervención en todas las esferas sociales.

La Historia no es una simple lista unilineal de acontecimientos sucesivos sino que es fundamentalmente un proceso que resulta siempre de una actividad consciente, y nuestra voluntad como Partido es la de actuar colectivamente para este proceso vaya dirigido hacia un futuro de mayor libertad y justicia.

El proyecto de regeneración y democratización social que supone la Alternativa Socialista Carlista se fundamenta en siete objetivos que son elementales e irrenunciables: la difusión de una nueva ética social, el respeto y la realización efectiva de los Derechos Humanos, la revitalización de las Identidades histórico-culturales de los Pueblos, la construcción de una Confederación a través del ejercicio del derecho a la Autodeterminación, la apuesta por la solidaridad activa entre los Pueblos, la defensa inequívoca de una concepción ecológica global, y la realización de una transformación social que desemboque en una sociedad socialista y autogestionaria.

2.1. Por una nueva ética social

Vivimos un momento histórico en el cual el latrocinio institucionalizado está en pleno apogeo y la sociedad adopta como respuesta a éste nada más que un conformismo cómplice. Nuestra sociedad, cada vez más desestructurada, se desentiende de sus responsabilidades, favoreciendo así el auge de un renovado e insolidario egoísmo mientras se multiplica la corrupción. Para el Partido Carlista resulta imprescindible una inyección de moral y de sentido de la responsabilidad al conjunto de la sociedad. Entendemos que la necesaria renovación y redefinición de un proyecto de emancipación global pasa, antes de cualquier otra cuestión, por la elaboración de una nueva forma de concebir y vivir las relaciones sociales, apostando por un nuevo código de valores que resulta contradictorio con el modelo capitalista, siendo para nosotros inseparable de la nueva sociedad que aspiramos a construir.

Frente a los dominantes valores liberales, entre los que destaca el darwinismo social que nos lleva a una ley de la selva, el Partido Carlista plantea una estrategia de reconstrucción social, para la cual es preciso recoger y reformular los aspectos solidarios y comunitarios de la cultura tradicional, lo cual enlaza con el combate por la defensa de la identidad nacional de los Pueblos. La construcción de un nuevo modelo social exige de forma imperativa una profunda lucha que combata y desarraigue el oportunismo, el conformismo, el aislacionismo, el egoísmo y toda forma de alienación individual o colectiva, pues la relaciones sociales que aspiramos a que mañana sean hegemónicas deben de empezarse a construir hoy dentro de nuestros espacios aprovechando los márgenes de autonomía social de los que dispongamos. La Democracia del Trabajo solo podrá darse verdaderamente si antes se produce la difusión de una Moral del Trabajo en todos los ámbitos sociales.

El conformismo es un valor especialmente nocivo que requiere un combate continuo pues históricamente ha sido la causa de la autorrenuncia moral y política de las organizaciones populares.

La nueva ética social por la que el Partido Carlista apuesta tiene una dimensión globalizante, pública y privada, individual y social, comunitaria en definitiva. Se trata de la defensa y practica permanente y consecuente de unos principios en todos los aspectos de la vida social, rompiendo así con la doble moral instalada en nuestra sociedad. La labor de difundir y promover un nuevo código de valores, más allá del pragmatismo mayoritario, exige un esfuerzo constante y constituye una tarea política de primer orden.

2.2. Por la defensa de los Derechos Humanos

Uno de los mayores logros del siglo XX fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, siendo el reconocimiento con aspiraciones universalizantes de estos Derechos una conquista histórica en la lucha por la dignidad y la libertad del ser humano. Sin embargo pronto surgieron corrientes reduccionistas en la interpretación de los Derechos Humanos y de su significación social y política. Así una tendencia asistencialista reduce la lucha por los Derechos Humanos a la simple denuncia de las torturas y de la violencia física a personas en otros países, generalmente del Tercer Mundo, generando un discurso paternalista que no tiene en cuenta los aspectos estructurales de la realidad social. De esta forma la concepción liberal de los Derechos Humanos se centra únicamente en sus aspectos políticos ignorando totalmente los derechos sociales (a la salud, a la vivienda, al tiempo libre, al trabajo, etc.), los cuales son vulnerados de continuo en los regimenes liberales.

Para el Partido Carlista la defensa consecuente de los Derechos Humanos es consustancial a nuestro proyecto socialista democrático, siendo el eje que vértebra y estructura dicho proyecto. Entendemos a la Declaración Universal como un verdadero programa revolucionario pues su realización real supondría una ruptura radical con el actual sistema social, que no permite un autentico desarrollo de los derechos al trabajo, a la cultura, a la no discriminación, etc., siendo su vulneración un rasgo estructural inherente a este sistema, incapaz de asegurar su cumplimiento por mucho que los proclame en constituciones y textos teóricos. Así la realización de todos y cada uno de los Derechos Humanos solo es posible en un nuevo contexto social, económico, político cultural que posibilite el fin de todo tipo de explotación y opresión.

2.3. Por las Identidades de los Pueblos

En cada uno de los diferentes Países que existen en el Estado español a lo largo de la Historia fue constituyéndose en cada uno de ellos una forma específica de adaptación al medio y de interpretación del mismo, una manera de ver el mundo y las relaciones humanas, configurándose así una identidad étnico-cultural. Este proceso histórico fue de carácter dinámico y progresivo (por lo que rechazamos los esencialismos ahistóricos) y se concreta hoy en las Identidades comunitarias realmente existentes, compuestas de hechos culturales muy diversos (comportamientos sociales, lengua, derecho, cultura material,…).

Estas Identidades, que constituyen un tesoro cultural único e irrepetible, han sido el producto de una labor anónima y colectiva de los diferentes pueblos, y sin embargo aunque su formación exigió siglos, en la actual sociedad capitalista se está produciendo su destrucción en unos plazos temporales relativamente cortos. Esto se debe a que resultan incompatibles con el modelo social dominante en la actualidad, pues las culturas autóctonas suponen espacios sociales regidos por unas pautas contradictorias con las tendencias individualistas, economicistas, inmediatistas y ecocidas del sistema capitalista. Por eso desde que se constituyeron los estados-nación liberales su política ha ido dirigida a homogeneizar todas las poblaciones sometidas a su dominio.

El proceso de aculturación capitalista se ha visto hoy ampliado y acelerado por motivo de la expansión del American way of live, que en todos los Países supone la imposición de unas mismas prácticas consumistas en los más diversos aspectos de la vida pública y privada de las personas.

El Partido Carlista trabaja por incentivar y recuperar las riquezas de las culturas autóctonas de nuestros Pueblos como formas de vida y de expresión, y no como mero folclorismo. Las lenguas, las fiestas populares, las tradiciones ancestrales, los recursos alimentarios autóctonos, la música y danzas tradicionales, etc. de cada uno de los diferentes Países de Las Españas constituyen un depósito identitario fundamental a defender y revitalizar frente a los procesos de homogeneización cultural impulsados por el Estado Español y por las necesidades del mercado neocapitalista.

2.4. Por el derecho de Autodeterminación hacia la Confederación de las Españas

La interpretación burguesa de la Autodeterminación tiende a verla únicamente como el derecho, ejercido en un momento muy concreto, de una nación a formar un estado propio e independiente al margen de otras envides políticas. Se ve pues muy claramente que este planteamiento no es otra cosa que el resultado de la traslación de la democracia formal a la cuestión de la Autodeterminación.

Desde el Partido Carlista en cambio entendemos la Autodeterminación como la capacidad continua de un pueblo para decidir libremente en que condiciones desea vivir, y esa capacidad no se agota en el plano político-institucional sino que afecta también a cuestiones económicas, sociales, culturales, ecológicas, etc. Por tanto no concebimos la Autodeterminación como un momento objetivo concretado en el tiempo, sino como la autogestión permanente de una sociedad que ejerce plenamente su soberanía.

El derecho de Autodeterminación, cuya existencia es inseparable de la existencia de unas estructuras democráticas que posibiliten su ejercicio, en si mismo supone cuestionar de forma radical el estado español tal como está actualmente constituido, pudiendo ser un interesante vehículo de democratización y transformación social. Por tanto el reconocimiento social de la Autodeterminación tiene un doble sentido, en cuanto reconocimiento de un derecho natural del que de acuerdo con el principio democrático puede y debe disponer todo Pueblo, y como herramienta par desintegrar el aparato político mediante el cual la oligarquía española ejerce su dominio. De esta manera la Autodeterminación adquiere una especial funcionalidad para el combate político por el Socialismo y la Democracia real en cuanto que sirve de instrumento para reabrir desde cada nacionalidad la cuestión de la ruptura democrática con un Estado heredero y continuador de la dictadura franquista.

El Partido Carlista rechaza el llamado Estado de las Autonomías (que realmente no es otra cosa que un ensayo de descentralización administrativa sin cuestionar el núcleo de poder del Estado), defendiendo una concepción ascendente del poder político, en la cual son las comunidades las que deciden si quieren o no integrarse en un marco político más amplio, y en que condiciones, frente a la concepción descendente actualmente vigente (en la que el Poder Central es soberano per sé y otorga unilateralmente competencias a las comunidades).

El Partido Carlista lucha por la re-construcción de Las Españas, es decir por el desmantelamiento del Estado oligárquico, la devolución de la soberanía a los Pueblos y la creación de un marco confederal de relaciones horizontales, cuyo nacimiento y desarrollo es inseparable del ejercicio del derecho de autodeterminación, siendo además el único marco político desde donde se puede asegurar la supervivencia nacional de los diferentes Pueblos y su libertad social.

El proyecto carlista de Las Españas no guarda ninguna analogía con el moderno Estado centralista ni con sus autonomías, concedidas de arriba a abajo, sino que remite a Identidades Populares fundamentadas en tradiciones y elementos étnico-culturales anteriores a la construcción del Estado unitarista en el siglo XIX, y a la sustitución de las antiguas comunidades y nacionalidades por provincias creadas artificialmente sin tener en cuenta las realidades culturales.

Por tanto la reconstrucción de Las Españas supone tanto la recuperación de la Soberanía o la revitalización de las culturas tradicionales como la revisión de las fronteras administrativas impuestas (siempre que así lo decidan libre y democráticamente los habitantes de los territorios afectados), siendo éste un proceso que desborda los mismos limites del actual Estado español, pues está abierto a la libre incorporación de los territorios vasco y catalán sometidos al Estado francés, del territorio andaluz ocupado por el imperialismo británico y de las tierras leonesas integradas en el Estado portugués.

El Partido Carlista no plantea ningún pleito de tipo dinástico, sino socio-político, oponiéndose tanto a la actual Monarquía, heredera y continuadora directa de la dictadura franquista, como a las estructuras de poder centralistas y capitalistas en que se apoya. El Partido Carlista respecto a la forma de coordinación institucional máxima de Las Españas se declara accidentalista entre una estricta Confederación de Republicas (nunca una III Republica continuadora institucional del Estado liberal-centralista) o una Monarquía confederal y plurinacional.

2.5. Por la Solidaridad entre los Pueblos

El proyecto del Partido Carlista no es aislacionista, sino que es consciente de que nuestra labor esta inserta en una dinámica que va mucho más allá de los limites de Las Españas, y más ira aún todavía siendo cada vez mayor la internacionalización e interrelación de los grandes poderes económicos mundiales, lo que hace que los procesos de países alejados de nosotros puedan afectar de forma importante a las sociedades que integran el Estado español. La solidaridad activa que propugnamos no es pues una simple actividad humanitaria, sino una necesidad política. Esta concepción de la solidaridad supone superar el simple solidarismo asistencial y/o verbal que no va más allá de la ayuda humanitaria, sin cuestionar las estructuras de dominación y opresión que existen en el mundo.

En el Partido Carlista entendemos que nuestra lucha es la lucha de todos los Pueblos oprimidos del mundo. Creemos en la solidaridad universal como una herramienta para crear y extender la libertad más allá de la opresión existente. El Partido Carlista considera que la mejor forma de solidaridad con los pueblos del mundo es la derrota del neoliberalismo y del imperialismo en nuestra propia casa, en nuestros Países.

Nuestra formulación como partido internacionalista y solidario no solo tiene una proyección exterior al Estado español, siendo nuestra labor la de hacer converger las diferentes luchas populares y nacionales que se dan en los Países del Estado español en un bloque social alternativo al bloque oligárquico español.

2.6. Por una concepción Ecológica global

El actual proceso de destrucción de la Naturaleza, que lleva a poner en peligro la existencia misma de la especie humana, es uno de los retos fundamentales de nuestro tiempo. Polución, recalentamiento atmosférico, radioactividad, mengua de la capa de ozono, lluvia ácida, deforestación, desertización, hambre,… no son fenómenos sin causa, sino el producto lógico del sistema socio-económico que se impuso en los últimos siglos, un sistema que tiene como finalidad el lograr el máximo beneficio privado posible al precio que sea y que no se detiene ante los cortes humanos o medioambientales.

No caben pues soluciones o reformas sectoriales, el problema ecológico tiene que verse y resolverse en su conjunto, y la necesaria solución global pasa por un cambio drástico de sistema socio-económico a nivel mundial. No es el ecosistema el que tiene que ajustarse al modelo de desarrollo económico, sino que tiene que ser precisamente al revés.

Lo cual solo es posible abandonando un productivismo alocado e irresponsable y desarrollando en su lugar una política de planificación, lo que enlaza directamente con la propuesta de un modelo social diferente: el Eco-Socialismo. Se trata pues de adoptar unos nuevos modos humanos de relación e interacción con el medio ambiente, basados en el respeto y la responsabilidad en vez de en la agresividad y la mercantilización que supone la sociedad capitalista.

Nuestro planteamiento social rechaza pues las teorías que entienden el problema ecológico como algo independiente de las relaciones sociales de producción o que reducen el ecologismo a un mero conservacionismo basado en multas a las grandes empresas contaminantes. El Partido Carlista lo que propone es construir un modelo socio-ecológico de desarrollo sostenible, en el que el balance ambiental de cada actividad humana sea un principio que guíe la economía y la política.

2.7. Por un Socialismo Democrático y Autogestionario

Para el Partido Carlista democracia y socialismo son dos conceptos que resultan inseparables en su realización plena. El Socialismo no es sino la democratización total de los diferentes ámbitos de la sociedad mientras que la Democracia es la capacidad permanente de una sociedad para autogobernarse libremente. En oposición a la democracia formal del liberalismo burgués (en la que la elite económica tiene secuestrado el poder político real) y a los totalitarismos de todo tipo, el Partido Carlista busca el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Esto es el Poder Popular, ideal de libertad, soberanía popular, igualdad, justicia social y participación, no realizado históricamente de forma efectiva y plena. Este ideal sitúa como centro de la preocupación democrática a la persona humana como ser social, lo que supone una concepción de la sociedad como el producto de la voluntad y la acción consciente de los hombres y las mujeres.

La sociedad capitalista significa el control de las estructuras de producción y distribución de la riqueza y de la cultura en manos de una minoría oligárquica, lo que ocasiona entre otros fenómenos, la explotación de las personas que venden su fuerza de trabajo y el paro estructural, y en los casos más sangrantes, la pobreza y el hambre en amplios sectores sociales, la exclusión de gran número de hombres y mujeres en materia de salud, vivienda o cultura, la ausencia de cualquier tipo de soberanía en muchos pueblos y naciones, la aminorización de culturas y lenguas minoritarias, la agresión constante a la Naturaleza, etc.

La democracia liberal se reduce pues a la elección de grupos dirigentes, generalmente dentro se las opciones que ofrece la clase dominante. Esto significa la expropiación política de la mayoría social, la competencia cerrada (generalmente bajo una forma bipartidista) de camarillas corporativas endogamicas, y el desarrollo de estructuras estatales cada vez más burocratizadas y autoritarias. Sin embargo, el liberalismo ha logrado un gran éxito cultural, que fue el de apropiarse de los conceptos de libertad y democracia, a los que deforma y utiliza para combatir las aspiraciones de mayor justicia social. Esta situación es resultado tanto de la propaganda liberal como de los errores y degeneraciones de la izquierda tradicional.

Así el pensamiento liberal, aunque sus raíces sean profundamente antidemocráticas, ha conseguido aparentar ser el representante genuino de la democracia, que ha sido identificada como algo únicamente realizable en un régimen capitalista. Pero la verdad histórica es que las libertades políticas ni mucho menos los derechos sociales se consiguieron gracias al liberalismo, sino todo lo contrario, se consiguieron a pesar de él. Todas las ventajas sociales de las que disfruta la clase trabajadora en el Primer Mundo no son resultados de las victorias del liberalismo, sino de sus derrotas.

La democracia liberal burguesa en tanto que parte del presupuesto de la atomización de la sociedad en individuos abstractos y aislados, interpreta de manera formal e idealista la voluntad general en función de los intereses particulares de una clase que domina sobre las demás.

El proyecto social-demócrata supuso (y supone) para la izquierda la renuncia a las transformaciones sociales con la consiguiente integración dentro de la estructura capitalista, asumiendo la gestión de las democracias liberales y conformándose con hacer simples y pequeñas reformas sectoriales sin tocar en ningún momento el aparato productivo. Si bien la social-democracia en algunos países del Primer Mundo ha logrado mejoras sociales muy valorables que tuvieron su principal plasmación en el llamado Estado del Bienestar, en ningún país fue capaz de subordinar el desarrollo capitalista a los intereses generales de la sociedad.

La social-democracia como proyecto político está totalmente en crisis desde la década de 1990, pues si bien tuvo su sentido en un determinado contexto histórico de una sociedad en expansión, en las actuales condiciones (reconversión estructural de la industria, deslocalización continua de empresas, etc.) ha perdido la base material de su razón de ser.

La construcción de un Socialismo Democrático, tal como proponemos desde el Partido Carlista, exigiría un proceso de profundos cambios sociales y políticos, siendo necesaria la configuración de una nueva hegemonía cultural en la que participe una amplia pluralidad de sectores populares de los diferentes países del Estado español.

En una sociedad socialista autogestionaria, los trabajadores tienen que disponer no solo deiure, sino también de facto, tanto de los medios de producción como de los que permitan organizar y mejorar condiciones de vida. El Socialismo no debe ser entendido en un sentido únicamente material-productivo sino también como una nueva organización global de las relaciones sociales.

La estatización puede ser una forma de socialización pero no es la única, ni según los casos, necesariamente la mejor.  El proyecto socialista democrático incluye una pluralidad e diversas formas de propiedad, gestión y administración en función de razones de utilidad social. La autogestión de los colectivos autónomos de trabajadores tiene que combinarse con una planificación democrática y flexible de la economía, con el objetivo de racionalizarla, evitando así tanto los desequilibrios territoriales como las bolsas de pobreza o la subordinación del medio ambiente a un desarrollo mal entendido. En lo que se refiere a los aspectos político-institucionales, la Democracia Socialista se estructura como un Estado democrático de Derecho, plural y pluripartidista, que garantice el control y la participación popular a través de una multiplicidad de órganos de poder estructurados federalmente.

3. Una estrategia de regeneración social

La línea política del Partido Carlista se fundamenta en el desarrollo de tres elementos: el Partido como herramienta de acción política y formación ideológica, el Programa de mínimos que constituye una serie de objetivos concretos capaces de generar un consenso social alternativo, y el Bloque Social que es el resultado de la acumulación de fuerzas sociales.

Ninguno de estos elementos es estático, pudiendo (y debiendo) ser modificados según evolucionen las circunstancias históricas. E igualmente tampoco ninguno de los tres es prescindible, pues cada uno juega un papel que complementa y completa el de los demás en la dirección de crear una conciencia popular activa y beligerante con el orden neoliberal vigente. En nuestro planteamiento el Partido revolucionario no se puede reducir a la mera existencia de la organización partidaria (o al menos no debería ser así pues entonces el Partido perdería su razón de ser), suponiendo algo mucho más profundo: la existencia de un capital político, de un programa de transformación social y de una estrategia capaz de superar y anular las actuales estructuras de poder.

El Bloque Social alternativo debe ser el producto resultante de la coincidencia progresiva de diferentes sectores populares en torno a unos mismos objetivos político. En esta convergencia que supone el Bloque Social los diferentes sectores y movimientos participantes deben conservar cada uno de ellos su propia personalidad a la vez que generan espacios sociales comunes, que dotados también de una personalidad especifica, deben contribuir a generar y difundir en toda la sociedad una cultura política comunitarista que deslegitime al Estado liberal y a las políticas neoliberales, quebrando así la hegemonía cultural de la clase dominante.

El Programa de mínimos, en cuya constante reelaboración deben intervenir tanto el Bloque como el Partido (pero este nunca como una vanguardia privilegiada y autoritaria sino como una organización más de las que conforman el Bloque) es la bandera de la acción inmediata, en torno a la cual hay que generar continuamente debate y movilización social de tal forma que progresivamente se vayan erosionando el conformismo y la apatía existentes en las sociedades del Estado español. La practica reivindicativa de nuestras aspiraciones comunitaristas en los espacios sociales que vayamos construyendo es fundamental para ir generando una cultura socio-política auténticamente democrática, preparando así la base imprescindible para una sociedad socialista.

3.1. El modelo de Partido: una nueva pedagogía política

El Partido Carlista existe fundamentalmente como foco de resistencia ideológica al Neoliberalismo, teniendo como objetivo prioritario generar una nueva pedagogía política y lograr la formación integral de sus militantes. Nuestra labor como organización participativa y autogestionaria es organizar resistencias, contribuir a la concienciación de las clases populares y promover su participación en la creación de todo tipo de alternativas al orden socio-político vigente. El Partido Carlista se configura como una herramienta de formación, debate, participación y lucha en los diferentes Países del Estado Español.

El Partido es nuestra concepción política no es un fin en si mismo siendo su función la de ser escuela de militantes y vehículo de luchas populares (no siendo el único, pues convive y debe convivir con otras organizaciones sociales y políticas) de tal forma que el proyecto histórico carlista de Emancipación se continué renovando y reproduciendo en diferente ámbitos sociales.

Desde una concepción autogestionaria, no puede ser una simple entrada en las instituciones, pues no pretendemos gobernar esta sociedad sino cambiarla. Y cambiarla por otra organizada de modo que no reaparezcan situaciones de alienación política. Por tanto deben ser las personas y sus comunidades, es decir los Pueblos, “desde abajo” y ”por ellos mismos” los protagonistas de su liberación.

De modo que rechazamos que la vía de participación en instituciones estatales (aunque pueda ser útil según la coyuntura histórica, siempre y cuando se subordine a una línea política de reconstrucción y movilización social) pueda ser un camino hacía la transformación socialista.

Así sin que esto suponga renuncia alguna a la posibilidad de una presencia institucional, desde el Partido Carlista no entendemos que nuestro objetivo principal sea tanto la conquista de una mayoría parlamentaria como el potenciar a través de la actividad política de la militancia carlista el fortalecimiento de los instrumentos de lucha y concienciación popular.

3.2. Un Programa de mínimos

Los objetivos fundamentales del Partido Carlista se deben plasmar en un programa de mínimos que guíe nuestra acción política inmediata de acuerdo con la correlación de fuerzas existente en cada momento. Se trata de plantear unos objetivos mínimos y concretos alrededor de los cuales sea posible generar un consenso a corto o mediano plazo, formándose así dinámicas sociales que permitan converger a sectores populares de diversa procedencia en unos mismos frentes de lucha. Un esbozo de un programa de puntos mínimos, que deberá ser ampliado y desarrollado, es el siguiente:

Creación de un marco de autogobierno pleno para los pueblos hispánicos que pueda garantizar un desarrollo social propio y autónomo, lo que en última instancia supone desbordar el actual marco constitucional.

Medidas económicas destinadas a potenciar una economía mixta con un importante sector publico, al apoyo a las cooperativas, especialmente en el mundo rural, y el control de las multinacionales. Anulación del proceso de privatización de los servicios sociales, que debe ser invertido. Una reforma laboral que acabe con el trabajo precario y la sobreexplotación de la juventud. Desaparición de las ETT. Una fiscalidad progresiva, de forma que los beneficios de los que más tienen sirvan para generar servicios sociales para el conjunto de la población.

Una política medioambiental sería que intervenga de forma contundente en las actividades económicas y sociales, promoviendo de forma decidida la utilización de energías renovables, la salud pública y la calidad de vida.

Una reforma del sistema electoral y de la financiación de los partidos, para dar igualdad de oportunidades a todas las opciones políticas.

Una legislación que favorezca el control de las Administraciones públicas. Potenciación de mecanismos democracia participativa desde una clave municipalista.

Derogación de la Ley de Partido así como de toda la legislación que suponga un recorte de los derechos políticos democráticos ya adquiridos.

Una nueva ley de huelga que no restringa ese legitimo derecho.

Una política cultural que potencie nuevos hábitos de consumo que desmantelen la actual concepción del tiempo libre y del ocio, en la que la población no actúa más que como simple espectadora. Una regeneración cultural que supere la fractura campo-ciudad y los prejuicios sobre el medio rural. Promoción de las culturas nacionales y oficialización de las lenguas que aún no lo son: el asturiano o astur-leonés, el aragonés, el euskera (en lo que se refiere a gran parte del territorio navarro), etc.

3.3. El Bloque Social y el contra-poder comunitario

Dada la actual coyuntura histórica, en la que nos encontramos con una constante mengua de libertades políticas y derechos sociales, en el Partido Carlista entendemos que es posible (y además urgentemente necesario), la formación de un amplio frente socio-político que agrupe a los sectores populares objetivamente perjudicados por las políticas neoliberales, cuyas crisis se ven obligados a sufrir. Este Bloque no es ningún tipo de alianza o coalición electoral (aunque el Bloque podría en un determinado momento tener una plataforma electoral), sino algo mucho más profundo, pues debe ser el resultado de la convergencia desde la base de diversas luchas sociales en torno a un mismos programa de cambio social, una concepción de su problemática y una nueva cultura política, donde resurja lo comunitario en cuanto instancia a la que deben remitirse de forma flexible las diferentes luchas.

El Partido Carlista lucha pues por la instauración de un modelo de sociedad socialista, pluralista y autogestionario, rechazando todos los sistemas y formas de dominación, de explotación y de opresión (económica, social, cultural, política, ecológica, etc). Por tanto trabajamos por el nacimiento y el impulso de estructuras y practicas sociales que abran paso a unos contrapoderes comunitarios autoorganizados que autogestionen de forma realmente democrática y participativa los recursos materiales y humanos de los Pueblos. Unos contrapoderes que reconozcan y aseguren el ejercicio de la libertad en todos los ámbitos de la vida, donde las personas reafirmen y desarrollen al máximo todos los aspectos de su personalidad. Todo este proceso de re-construcción social es inseparable del desarrollo de una nueva ética social, que sustituya los valores y practicas individualistas de tipo liberal por unos valores y practicas de tipo comunitario.

Así el Partido Carlista opta por una estrategia socio-política basada en el protagonismo popular y en el desarrollo de espacios comunitarios, pues el autogobierno comunitario es una practica social que solo podrá ser hegemónica mañana si es hoy ya una realidad dentro de los movimientos que buscan lograr una transformación social.