Carlismo, una mística. Pablo Antoñana
Se dividen las opiniones sobre los motivos reales de la insurrección que tuvo en jaque a todo un ejército organizado y con el respaldo internacional. Dios, la religión, una dinastía, las viejas leyes, temor ante lo nuevo, todo junto, aun cuando la graduación de los ingrediente se altera según los casos.
Sir Vicent Kennet Barringhton, médico inglés en el hospital de Irache, dice oír de voca de los heridos que: “they are fighting for a noble cause, the cause of de God and their King but they do not hesitate to admit that they are also fighting for their liberties and fueros wich the rest of the Spain do not feel disposed to allow them”.
Don Miguel de Unamuno se queja (”En torno al casticismo”) “cuándo se estudiará con amor aquel desbordamiento popular… lo encasillaron, formularon y cristalizaron, y hoy no se ve aquel empuje laico, democrático, popular, aquella protesta contra todo mandarinato, todo intelectualismo y todo charlamentarismo, contra la aristocracia y la centralización unificadora… se empantanó y, al adquirir programa y forma, perdió su virtud”; “el carlismo nació contra la desamortización, no sólo de los bienes del clero, sino de los bienes del común”; “ hay dos carlismos, el popular de fondo socialista y federal y hasta anárquico… otro, el escolástico, esa miseria de bachilleres, canónigos, curas, barberos ergotistas y raciocinadores…”; “ podría hacer un trabajo acerca de lo que puede llamarse socialismo carlista”.
Quizá hubiera leído el Plan que Indalecio Caso, militante carlista, envió a Carlos VII. Una exposición que consta de 62 puntos de los que entresaco:
Instalar fuera de la ciudad toda dependencia del Estado.
Diseminar el ejército componiéndolo de fuerzas o milicias mandadas por milicianos veteranos, de modo que los soldados queden en su domicilio entregados a sus faenas habituales con obligación de asistir a ejercicios y revistas.
Suprimir la policía asalariada y que los hombres honrados ejerzan por sí mismos la vigilancia pública.
Imponer a la aristocracia la fundación de colonias agrícolas para cultivar las tierras que no lo están.
No permitir que la Diputaciones sigan malgastando en festejos, teatros, plazas de toros, alumbrados superfluos.
No consentir la construcción de grandes monasterios, sino de muchos y modestos que enseñen agricultura, las ciencias y las artes, procurando que estos monasterios se multipliquen.
Imponer en la construcción de casas y fábricas condiciones de altura, desahogo que permita esparcirlas y no aglomerarlas.
Quizá también le llegó este Plan a Karl Marx cuando escribió: “ El tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares nacionales de campesinos, pequeño hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo, la aristocracia latifundista y los intereses secularizados”.
Más tarde en nuestros días, Antonio Elorza nos dice: “ como todos los jornaleros de la tierra baja, donde el carlismo es opinión radicalmente democrática, con puntos y ribetes socialistas era partidario acérrimo de don Carlos” otra opinión que se le empareja es la de M. Puy Huici: “ El carlismo hoy; (11-X-89), está totalmente asimilado al socialismo, incluso puede ser una conciencia crítica del mismo”; y cita a Vázquez de Mella apoyando su tesis: “cuando los carlistas pierdan sus símbolos o se marcharán a casa o engrosarán las muchedumbres socialistas”.
No es descabellado pensar que el nuevo carlismo no se desangró en Montejurra 76, el de Carlos Hugo, buscase las originales raíces cuando habló de carlismo autogestionario. Y que el Partido Carlista del 2002 se llame de Euskalherria y que publique en junio d este mismo año El Federal, que llega hasta el Cantón federalista de Cartagena, 1872, con el que mantuvo relaciones. Es un regreso al carlismo socialista y popular. Los que salieron como las ratas del barco pertenecen a esa otra rama descrita por don Miguel, de canónigos, sacristanes y barberos raciocinadores
Pablo Antoñana Chasco