[Opinión] La cruz de Borgoña y el carlismo

Artículo de Josep Miralles Climent publicado en el diario Levante-EMV (Valencia) el 20/02/2022.

Reflexiones sobre la ley de memoria democrática valenciana

En un documento de la Generalitat Valenciana, Conselleria de Participació, Transparència, Cooperaió i Qualitat Democràtica, Catàleg de estigis relatius a la guerra civil i la dictadura, en su anexo III, «Informe sobre criterios generales de actuación sobre los vestigios de la guerra civil y de la dictadura», en el punto 3, apartado 1, se dice: «Como regla general, se procederá a la retirada de los vestigios que contengan cualquier motivo de conmemoración, exaltación o enaltecimiento de la sublevación militar de 1936 y de la dictadura». Uno de los símbolos incluidos es la que debajo de su imagen nombra como «Cruz de Borgoña en la guerra civil», a la que identifica como «simbología carlista».

Es cierto que este antiguo y legendario símbolo lo adoptó el carlismo como suyo. Sin embargo, conviene tener en cuenta varias cosas que se exponen a continuación.

La cruz o aspa de Borgoña es una representación de la cruz de San Andrés -patrón de Borgoña- con la que, según la tradición, este apóstol de Cristo, fue crucificado en Patrás, en Grecia.

Este símbolo fue adoptado para identificar a los ejércitos españoles en los escudos de armas y en las banderas de las Españas, desde la llegada de la dinastía de los Austria. Esta bandera ondeó, probablemente, por primera vez como insignia en la batalla de Pavía en 1525. Fue el emblema más característico de los utilizados por los tercios españoles y regimientos de infantería del Imperio español entre los siglos XVI al XIX.

Es el mismo símbolo que a finales del siglo XVIII utilizaban las fuerzas españolas dando apoyo a los revolucionarios americanos durante la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica frente al Imperio británico que culminó en batalla de Yorktown y la firma del Tratado de París en 1783.

Ahora bien, es cierto que, al haberla adoptado también el carlismo desde el siglo XIX, fue una bandera que formó parte de las unidades carlistas del Requeté durante la guerra civil española. Y como todo el mundo sabe, el carlismo combatió en el bando llamado nacional, ganador de la guerra, aunque el carlismo fuera también vencido en el bando de los vencedores. Su derrota quedó plasmada en la persecución a la que se vio sometido por parte de la dictadura que surgió de la victoria de Franco, a la que el carlismo también contribuyó sin que ese fuera su deseo, por eso se estableció una «relación tortuosa entre el viejo carlismo y el régimen de Franco», imponiéndose, a pesar de ello, «una visión franquista del carlismo», tal como expresa el historiador Julio Aróstegui.

En el País Valencià, la persecución al carlismo quedó patente en una serie de hechos bien documentados en el libro La rebeldía Carlista. Memoria de una represión silenciada (1936-1955), donde se refieren casos de enfrentamientos, marginación y persecución del movimiento carlista con agresiones, detenciones, multas, encarcelamientos y destierros de un buen número de militantes del llamado «partido político más veterano de las Españas», es decir, el carlismo, que mantuvo siempre como símbolo la cruz de San Andrés. Sin embargo, al régimen le interesaba mantener la simbología carlista como suya, por eso se la arrebató y la utilizó como propia contribuyendo a aquella «visión franquista» que decía Aróstegui y que ahora, por ignorancia -esperemos que no con mala fe-, se utiliza también desde la Conselleria para atacar un legendario símbolo que también fue y sigue siendo carlista.

Y manteniendo ese mismo símbolo de la cruz de Borgoña, no sólo hubo persecución en la primera mitad del régimen franquista, sino que, tras un corto periodo de no beligerancia con el régimen, el Partido Carlista volvió a ser perseguido con saña por la dictadura, sufriendo sus militantes detenciones, torturas, juicios en el TOP, consejos de guerra y duras penas de prisión, además de la expulsión de las Españas, en 1968, de la familia Borbón-Parma, abanderados del carlismo.

Efectivamente, militantes carlistas, bajo el símbolo de la Cruz de Borgoña, fueron detenidos también en el País Valencià durante el tardofranquismo bien por actividades políticas clandestinas o en luchas obreras o estudiantiles. Otros fueron multados y encarcelados. Una de ellas fue la dirigente del Partit Carlista del País Valencià (PCV), Laura Pastor Collado, mientras formaba parde del primer embrión del Consell Democràtic. Así, en 1975, fue detenida en Alaquàs junto a otros nueve miembros de la oposición democrática a la dictadura, formada por diez organizaciones políticas y sindicales. A estos detenidos se les conoció como «Els 10 d’Alaquàs». Curiosamente y en evidente contradicción con lo que ahora se pretende, poco después de fallecer en 2019, Laura Pastor fue condecorada por el President de la Generalitat por acuerdo del Pleno del Consell, con el máximo galardón que se concede cada 9 de octubre. Y la vicepresidenta, Mónica Oltra calificó a Laura Pastor como «pionera en la lluita per la democràcia» y los derechos del pueblo valenciano, así como referente en la lucha por la autonomía, feminista y firme defensora de la igualdad entre hombres y mujeres sin ningún tipo de discriminación ni privilegio. Y también en aquellos años, tanto Laura Pastor, como todos los militantes del Partido Carlista, siguieron manteniendo con orgullo el símbolo que ahora la Conselleria de Participació, Transparència, Cooperaió i Qualitat Democràtica, por ignorancia u olvido, quiere considerar como un vestigio de la dictadura.

El carlismo ya no es lo que fue, pero su memoria de lucha «contra todo mandarinato» en palabras de Unamuno, perdura. Por eso resulta cuanto menos chocante el curioso paralelismo que se puede establecer con la bandera rojigualda que, habiendo sido un símbolo del franquismo durante la guerra civil frente a la bandera republicana de los perdedores, no se cuestione en absoluto ni se considere como uno de los «vestigios que contengan cualquier motivo de conmemoración, exaltación o enaltecimiento de la sublevación militar de 1936 y de la dictadura», tal como se dice en el anexo III del informe de la Conselleria. Más aún, ¿qué decir de la rama monárquica liberal impuesta por el dictador a la que ninguno de los poderes políticos actuales se atreve a cuestionar como un vestigio de franquismo? Pareciera que entre los que detentan el poder nadie quiere hacerse daño, mientras que del árbol caído todo el mundo quiere hacer leña.