[Opinión] La confederación como tercera vía

Artículo de Evarist Olcina publicado en www.noticiasdenavarra.com 04/05/2017

No hace mucho Karlos Garaikoetxea en una entrevista a La Vanguardia (22 de enero) decía: “España tiene que resignarse a una solución confederal a su problema en el País Vasco y Cataluña”. Propuesta razonable y posible surgida desde el cansancio de la desesperanza y del largo infortunio.

La declaración del antiguo carlista de juventud (Garaikoetxea lo fue en su Pamplona natal), y posterior Lehendakari en los difíciles años ochenta, es de una importancia capital para hacer presente una vía raramente mencionada y que, no obstante, es posiblemente la alternativa mas coherente al problema de la convivencia plurinacional en el estado español. Su importancia radica en que hace posible una salida viable y alternativa al conflicto irresoluble (así nos lo quieren hacer ver) entre los dos radicalismos que como permanente disyuntiva –centralismo sin opción alternativa, y secesionismo como su reacción mas extrema- están enrareciendo una deseable y nunca plena convivencia dañada hace ya largo tiempo -para la entera Euskal Herria con raíces en la “unidad constitucional” de 1812 – y para Catalunya, tras varias intermitencias, desde 1640.

Por su parte el propio Artur Mas, también recientemente, ha hecho una sugerencia como una última y desesperada propuesta (que seguro no querrá ser entendida y, por ello, no acogida) para la resolución del problema catalán que con su acrecentado enrarecimiento impide se vislumbre al día de hoy su solución. El expresidente de la Generalitat, el pasado 3 de marzo en la universidad de Harvard, apuntó que “se debería permitir la celebración de un referéndum en el que, además de la independencia, se pudiera votar otra opción propuesta por el estado”.

Evidentemente Mas no pretendía sugerir una alternativa “constitucional” al cerrado posicionamiento que el gobierno de Rajoy mantiene sin tan siquiera ofrecer una nueva interpretación legal a la oficialización del vigente Estatut de 2012, sino a otra posibilidad que tampoco sería la declaración de un federalismo encubridor del hoy vigente “estado de las autonomías”, sino a una alternativa que se encuadrase en el respeto a las características individualizadoras catalanas (lengua y cultura) y que en lo político consagrara la plena soberanía del pueblo catalán que se vinculara voluntariamente a un proyecto de convivencia con las otras naciones del actual estado español, y hasta de la entera península, algo, esto último, que estaría en el ámbito de la realidad, porque no se olvide que, también recientemente, se ha efectuado una amplia encuesta en Portugal y el 78% de su población es partidaria de un acuerdo político con el actual estado español pero manteniendo su plena soberanía nacional en una construcción similar a la que hoy posibilita la Unión Europea, aspiración que solo se puede lograr mediante la confederación. En definitiva, tanto Mas como Garaikoetxea, aunque sin nombrarla directamente, al situarse en la realidad y necesidad de su tiempo, hacen la propuesta de esa tercera vía, siempre obviada por el centralismo y que las extremas circunstancias actuales hacen hoy mas necesaria que nunca.

La solución confederal ha sido siempre una alternativa postergada o, peor aún, intencionalmente ignorada, y para entender tan anómala situación se deberá acudir a la razón fundamental de confundir -¿premeditadamente?- dos conceptos en principio similares pero diametralmente opuestos: federación y confederación. La primera es una simple emanación de una previa constitución, de una ley estatal en definitiva; la federación emana de la previa existencia de una suprema norma inexcusable, imperativa, que normativiza las potestades del limitado autogobierno de que pueden disfrutar los territorios a los que esa misma suprema Ley permite federarse, mientras que la confederación parte del indiscutible signo de identidad de las partes confederadas reconocido y garantizada su plenitud en la soberanía mediante libre pacto, por lo que formar parte de la Unión resultante es una decisión plenamente libre y la Confederación resultante solo fruto de la voluntad de las partes y nunca graciosa concesión de facultades por un poder anterior y de superioridad impuesta como sucede con la federación stricto senso.

Para un ciudadano de Euskadi, o para un navarro, que hasta pleno siglo XIX disfrutaron de sus libertades forales, mantenido sus propias aduanas y garantízada su soberanía mediante “el pase foral”, la confederación, de facto, ya existió hasta 1841, no así en otras naciones peninsulares como Catalunya cuyas libertades nacionales, ya mermadas en el siglo XVII, fueron abolidas y sus signos de identidad seriamente afectados en 1714.

Frente a tan indeseable situación tal vez el único partido que desde sus inicios ha mostrado la continuada comprensión del problema territorial y su ineludible corolario de defensa y/o restitución de la perdida plena soberanía a las naciones que les fue despojada ha sido el carlista. La referencia al confederalismo carlista no es gratuita ni fruto de un interesado fervor partidista. Si es cierto que pese a las promesas de respeto a los fueros por los impulsores del Convenio de Bergara el primer ataque derogatorio fue a consecuencia de la primera guerra, también lo es que al menos hasta 1895 (nacimiento del PNV) los efectivos defensores de los fueros serian los carlistas, y no ya desde un ejercicio teórico o una propuesta programática, sino en la práctica en los territorios que en sus sublevaciones decimonónicas controlaron. Juras de Fueros, respeto absoluto a las instituciones de autogobierno foral y, en la de 1872-76, impulso de la enseñanza en euskera, y en los antiguos territorios de la Corona de Aragón restauración de las “diputaciones generales”, así lo avalan. Sería el carlista, pese a las dificultades y la intrínseca precariedad de la situación bélica, además de su imperfección por las circunstancias, el primer ensayo confederal que se produjo en la España contemporánea.

Un confederalismo que también se expuso con total nitidez en el proyecto de Estatut para Catalunya que el año 1930 fue presentado por el carlismo catalán y que se publicó como el mas avanzado no secesionista por la oficial Unió Catalana d´Estudis Politics i Econòmico-Socials y en cuyo artículo primero, tras establecer la libertada de cada nación del actual estado en confederarse libremente consideraba (traduzco): “Necesario reconstituir de nuevo aquella Confederación, en igualdad de trato y personalidad para cada uno de ellos”, previo reconocimiento de “la personalidad nacional de Catalunya, con todas las características individualizadoras”.

Propuesta estatutaria confederal que también en igual año reivindicaba Tomás Caylà, jefe carlista catalán, argumentando (traduzco): “Acabar de una vez con esta parodia que se llama ¨unidad española¨ e ir hacia una Confederación en la que las diferentes nacionalidades puedan entrar libremente por vía de pacto es lo único que puede llevar a la pacificación de los espíritus”.

Evidentemente es hoy esa tercera vía -la confederal- la opción mas deseable y, según las opiniones, entre otras, las ya expuestas de Garaikoetxea o de Mas, la mas aceptable y racional de entre las no secesionistas. ¿Pero se permitirá que sea posible?. La óptica centralista de quienes –no ahora sino de siempre- han gobernado desde Madrid nos encierra en el pesimismo. Es estremecedor leer como Manuel Azaña –“La Velada de Benicarló”- frivolizaba bromeando respecto a la solución propuesta por Espartero de cada cierto tiempo bombardear Barcelona desde Montjuïc para así apaciguar a los catalanes; un Azaña que junto con Ortega había propuesto como solución suprema a igual problema “la conllevancia” entre las partes (se entiende que entre Catalunya y España…), formula que acredita una vez mas la alicorta visión del problema mostrada por y desde Madrid.

La suprema táctica de Rajoy consistente en la nada del laisser passer como deseo no siempre eficaz ni alcanzado de que cualquier tema molesto acabe pudriéndose, no es válida ni ya posible. Rajoy debería saber que esa vieja fórmula no es aplicable para el problema catalán como tampoco jamás lo ha sido para el vasco, y que el centralismo, siempre impuesto tanto por la fuerza como por el desprecio y la incomprensión, no ha llevado ni llevará nunca a buen puerto. En su cerrazón actual , el gobierno central ni tan siquiera considera la tercera opción apuntada, y seguro que sería la mas práctica. Pero para ello se habría de admitir la celebración de un referéndum en el que en las papeletas, junto con las dos opciones que hoy se contemplan (independencia o actual estatuto autonómico), se ofreciera la tercera de la Confederación con respeto a la soberanía de la nación catalana y demás garantías confederales. Ello conllevaría la posibilidad de que muchos catalanistas que hoy se pronuncian por la secesión al no encontrar respuesta ni propuesta alternativa alguna en el gobierno español a sus elementales ansias soberanistas optaran por esta nueva posibilidad, con lo que la victoria secesionista sería imposible. Pero que nadie espere ese ejercicio de elemental racionalidad: el gobierno de Madrid siempre estará por la opción del impuesto unitarismo de Espartero y no por la propuesta confederal carlista de voluntario pacto con respeto al soberanismo de las partes.