175 años

Duro, pero muy hermoso aniversario este del Carlismo. A celebrar tan solo por el Pueblo, así con mayúscula, que es su único protagonista.

Es una tremenda historia de enormes e innumerables sacrificios, acotados y mancillados por traiciones, olvidos y deserciones hasta el mismo día de hoy.

Difícilmente puede hallarse un ejemplo de vitalidad tan prolongada en un proyecto humano que siempre fue vencido mediante la represión armada de los ejércitos oficiales garantes de la usurpación, o perseguido ininterrumpidamente por los cuerpos represivos al servicio del poder y que en un principio fueron creados precisamente para alcanzar tal aniquilamiento.

Un ejército y unos cuerpos de represión que no por casualidad han sido también los mismos que han pretendido destruir o al menos hacer callar cualquier grito que se alzase –otros signos de rebeldía contra la injusticia- en contra de la opresión en cualquiera de sus manifestaciones.

No puede hacerse una simplificación de la razón motivadora del Carlismo. En cada nacionalidad, en cada comarca, hasta en cada población –ya está también dicho y casi unánimemente aceptado- las “razones” de los voluntarios para coger las armas o simplemente echarse al monte, fueron diversas. Desde la defensa del Comunal, a la oposición a unas ideas que atacaban directamente el autogobierno foral, o la defensa de sus puestos de trabajo por los jornaleros, o la rebelión contra el caciquismo explotador surgido tras las desamortizaciones, o simplemente el instinto de supervivencia (“guerras del hambre” fueron calificadas las carlistadas en el Bajo Aragón). El Carlismo, como protesta esencialmente popular, y en muchos casos espontánea, no previa e ideológicamente planificada, ha sido siempre considerado un movimiento poliédrico y difícilmente encasillable. ¿Puede entenderse, al hilo de lo anterior, que los navarros se levantasen contra la sucesión a la corona recaída en una mujer, cuando esa excepción no existió nunca en su privativa monarquía?, no, a los navarros, como a tantos otros en los diversos territorios peninsulares les movían otras cuestiones mas importantes que meros legalismos.

En la cuestión monárquica, el Carlismo ha sido siempre reo de su propio, casi en exclusiva, componente popular -especialmente rural en un principio- que sin haber alcanzado el tránsito a la modernidad social y política, mantenía el medievalismo del supuesto “amparo” real frente a los abusos señoriales, con unas figuras, los reyes -“padre de los pobres” aún aclamaban a Carlos VII ¡en el íltimo tercio del siglo XIX!- que tras mitificarlos eran encumbrados a la imposible o no cierta categoría de garantes de sus derechos contra la arbitrariedad y como guardadores de la libertad comunitaria formulada en los fueros. En definitiva, el monarquismo carlista ha sido siempre algo adquirido por su inicial utilidad, pero que se ha ido desdibujando conforme la base popular adquiría sentido y conciencia de su propio protagonismo o, lo que es lo igual, descubría la coherencia democrática como única fundamentación que podía hacer atractivas, operativas, sus reivindicaciones y programa ideológico.

Ahora que se ha desatado una batalla “científica” para intentar arrebatarnos las banderas –las materiales ya lo han sido- de nuestra propia justificación como partido: las de la defensa y reivindicación de las libertades nacionales de los pueblos, es preciso que reafirmemos el hecho indiscutible de que el Carlismo no hubiese sido, ni habría llegado hasta hoy, de no ser precisamente por el sustrato ideológico que la defensa de esas libertades naturales ha significado en toda nuestra historia. Los fueros han sido, siguen constituyendo, la base de nuestro democratismo, y su defensa la concienciación del individuo como miembro activo y responsable de una comunidad; un motivo de lucha y reivindicación contra la opresión, porque la opresión de tu pueblo no es solo, no se queda solo en cercenar tus “leyes viejas” sino en intentar destruir tu futuro de identidades colectivas que ejerces mediante la protesta contra cualquier injusticia u opresión, lo que además permite que con plena dignidad puedas integrarte en los internacionalismos de lucha.

Ese foralismo –sigamos utilizando ese término no exacto, pero sí descriptivo y comprensible- es el que ahora se combate, y hasta se quiere extirpar de raíz por los enemigos del Carlismo, confundiendo simultaneamente a este movimiento popular, mediante un buscado reduccionismo a algunas de sus manifestaciones que en el pasado han facilitado una torticera identificación con la pura reacción continuadora del Antiguo Régimen y hasta precursora de la filosofía responsable de los movimientos totalitarios de la derecha del siglo XX.

El foralismo es sinónimo de responsabilidad y gestión conjunta, de Autogestión que, además, en el tradicional ámbito rural en un principio tan proclive al Carlismo, se manifestaba en la gestión práctica de compartir recursos y beneficios mediante la creación y gestión de cooperativas, germen todo ello –no descubrimos nada- de un elemental socialismo con inexcusables raíces cristianas.

Difícilmente nadie puede alcanzar una cercana comprensión de los planteamientos actuales del Partido Carlista (Socialismo, Federalismo/Confederación, Autogestión), si no parte de una reflexión similar a la anterior, que carece, y que incluso es enemiga de límites preestablecidos por el poder contra el que, por otra parte, siempre se ha rebelado el Carlismo. La plena socialización, la autodeterminación en cualquier ámbito, la democratización sin limite alguno de participación y gestión, son el fruto de la larga catarsis ideológica en depuración interna que generación tras generación, y “golpe a golpe” de traiciones, sacrificios y desencantos ha ido haciendo, por sí mismo, el pueblo, que no solo es el exclusivo protagonista del partido, sino también el único responsable de su propio destino y del futuro del Carlismo que generación sin solución de continuación, y pese a intencionales tergiversaciones en la denominación, se ha visto encarnado en exclusiva en el Partido Carlista.

Siempre derrotado por los ejércitos de la oligarquía, siempre perseguido por los aparatos de represión, siempre esquilmado en su patrimonio, siempre denigrado, despreciado o ignorado, el Carlismo también ha sufrido la continua enajenación de sus propuestas programáticas. Desde el Socialismo de Autogestión, a la Autodeterminación y el Confederalismo, objetivos de justicia y para la convivencia que solo un partido, como el carlista, de ámbito estatal y que propugna la permanente realidad de las Españas, se ha atrevido a proclamar públicamente, primero en solitario y ahora cada día mas y mas copiado o arrebatado por otras fuerzas que no habían ejercido la valentía carlista de proponerlos.

Hoy, en este nuestro 175 aniversario, miramos el futuro con la satisfacción de haber sido leales a una lucha aún no interrumpida, y especialmente el haber creado militante junto o tras otros militantes una propuesta ideológica que permanecerá mientras haya una sola injusticia contra la que rebelarse. Ese es el futuro del Partido Carlista.

Los intentos de desvirtuación o de expolio ideológicos, y los mensajes de pesimismo de aquellos fracasados externos que propugnan la extinción del partido y su transformación en simples foros de pensamiento, solo han de encontrar el rechazo de un pueblo que en esos 175 años ya está curtido tanto en la lucha externa como en la nada gratificante interna. Ninguna de ambas nuevas en cualquier organismo que se mantenga vivo y en pleno vigor.

Acabo con un mensaje de optimismo, que en este mes de octubre de 2008, aniversario del inicio de las rebeliones populares carlistas solo puede ser uno:

¡Enhorabuena Partido Carlista, y ADELANTE!

E.O.