[Opinión] Sobre Estella, el Carlismo y el arte

Artículo de Javier Cubero de Vicente publicado en El Federal, nº 84, Octubre/Noviembre/Diciembre de 2022.

En relación a un artículo de Patricio Martínez de Udobro, publicado en el DIARIO DE NOTICIAS del 11 de Diciembre, que se titulaba «De Estella, carlismo y arte (I)», quisiera exponer las siguientes reflexiones.

En este artículo, su autor, impulsado indudablemente por un interés sincero por la historia de Navarra, nos relata la experiencia de la visita guiada que realizó recientemente en el Museo del Carlismo.

Sin embargo en el artículo se realizan algunas afirmaciones que no se corresponden con la realidad de la historia del Carlismo, sino con una visión distorsionada. Pero la causa de esta adulteración no hay que buscarla en la intencionalidad del autor, que ingenuamente visitó el Museo porque quería conocer la historia del Carlismo, sino en la narrativa engañosa de la exposición permanente de este Museo.

Patricio Martínez de Udobro manifiesta que: «Se nos recordó la siempre liosa cuestión de la ley sálica». Por lo visto en el Museo se insiste todavía en la falsedad de que la Ley sucesoria de 1713 es una Ley sálica, cuando realmente era semi-sálica, porque no excluía a las mujeres de la sucesión a la Corona, como ocurría en la monarquía francesa, sino que sencillamente priorizaba a los varones sobre las mujeres dentro de la línea sucesoria. Este matiz constituye una anécdota histórica que hoy no tiene ninguna trascendencia política, pero también es una muestra de la falta de rigor histórico que caracteriza a ese Museo incluso en la dimensión dinástica del Carlismo.

Continúa el autor señalando que los carlistas se apoyaron en esa Ley «para reclamar un trono que parecía claro que no les correspondía, reclamación que dio lugar a tres guerras civiles». Muy mal se están haciendo las cosas cuando alguien que visita el Museo del Carlismo, al tratar de explicarnos a los demás las insurrecciones populares del siglo XIX, menciona únicamente una simple cuestión de legislación sucesoria y genealogía dinástica. Ni una sola referencia en el artículo a las motivaciones ideológicas de los voluntarios carlistas tanto en el terreno etno-territorial como en el socio-económico, motivaciones que quedaron recogidas en múltiples folletos y documentos, como por ejemplo la proclama de la Junta provisional Vasco-navarra del 14 de Septiembre de 1846, que invocaba el «laurac bat» de los cuatro herrialdes frente al centralismo madrileño, o el manifiesto de la Segunda comandancia general de Guadalajara del 20 de Febrero de 1873, donde se denunciaba a los burgueses que se habían enriquecido con el expolio y la privatización de los bienes comunales.

Pero lo más grave y doloroso es la afirmación de que en el Montejurra de 1976 «ya no lucharon carlistas contra isabelinos o contra liberales, sino que la lucha fue interna». ¿Qué ocurre en ese Museo para que un visitante pueda salir del mismo diciendo que lo de 1976 fue una pelea intrafamiliar entre carlistas? La realidad histórica es que no tenían nada que ver con el Carlismo ni los militantes de Fuerza Nueva, ni los Guerrilleros de Cristo Rey ni los terroristas neofascistas que acudieron aquel año a Montejurra como son los casos del italiano Stefano Delle Chiaie o del argentino Rodolfo Eduardo Almirón. Igualmente, tampoco tenían relación alguna con el Carlismo los tres ministerios del Gobierno de Arias Navarro que promovieron esta operación terrorista. El tonto útil de Sixto Enrique de Borbón-Parma, manipulado en todo momento por las cloacas del Estado, nunca se había interesado por la lucha antifranquista del Partido Carlista, ni asistió a ninguna de las concentraciones de Montejurra con anterioridad al año de 1976. Pero, claro, en el Museo del Carlismo con lo que miles y miles de visitantes se han encontrado es con una narrativa que diluye las responsabilidades gubernamentales del crimen de Montejurra 76, de los asesinatos de Ricardo y Aniano, al mismo tiempo que directamente miente afirmando que Sixto Enrique en la etapa histórica de 1955-1968 se convirtió en una especie de figura referencial para los enemigos políticos de Carlos Hugo, lo cual ni fue ni intentó ser hasta 1975. Por si no ha quedado claro, insisto, el discurso de que fue un enfrentamiento interno del Carlismo, hoy al igual que en 1976, no tiene otra finalidad que blanquear un caso paradigmático de terrorismo de Estado.

Algo raro hay con este Museo, y la responsabilidad de lo que se cuenta y se silencia en esta infraestructura pública, de cuyo Consejo Consultivo fue expulsado el Partido Carlista en 2017, no es solo de Francisco Javier Caspistegui, que dirigió en 2018 la ampliación de la exposición permanente en lo que atañe al periodo histórico de 1939-1977, o de Stanley Payne, autor del «Guion de orientación para el Museo del Carlismo» (así como también, por cierto, de un folleto editado por la ultraderechista Comunión Tradicionalista Carlista). El Gobierno de Navarra también es responsable de lo que está pasando, e incluso se podría decir que es el principal responsable porque es la autoridad política con mando en plaza…