[Opinión] Montejurra
Artículo de Jose Mari Esparza Zabalegi publicado en Gara (Euskal Herria) en Mayo de 1999. Reproducido en Réquiem para sordos (Txalaparta, Tafalla, 2004, pp. 91-92).
Me acerqué el otro día a los encinares de Montejurra, sacro bastión del carlismo vasco. Suelo hacerlo cada primavera, y entre sus tomillos repaso la historia familiar, de cuando al bisabuelo Ángel lo enviaron por una samanta de leña y se largó, con su burra y sus dieciséis años, a pegarse de tiros con los batallones guiris. Y también el bisabuelo Francisco, el que no quería ir quinto a Cuba, y los bisabuelos de casi todos los que leéis este periódico, que raro es el paisano de humilde cuna al que le rasques la cabeza y no le salga la boina roja. En Montejurra, el tomillo huele a insurrección popular, a generales españoles mordiendo la hierba, a defensa de la casa del padre. Veo a mi hijo ondear una cruz de San Andrés y, a su manera, le explico que es como la amatxo de la ikurriña. Pocos reconocen que, pese a todo, sigue siendo el símbolo tras el que más vascos han muerto. Allí aún se canta un Gernicaco Arbola con sabor añejo, y los mayores sacan de las alforjas remembranzas del Tío Tomás, y de aquellos caudillos aldeanos que arrastraron tras de sí a toda la mocina de nuestros pueblos: Ollo, Radica, Lerga… generales jornaleros que todavía galopan en la memoria popular. No se habla de la última guerra, la del 36, y todos sabemos la razón.
Nunca he entendido por qué la izquierda vasca no ha reivindicado más el carlismo del siglo XIX. Al menos, la parte del mismo que nos corresponde. Nuestra raíz obrera fue antes campesina, y antes que rojos de ideas lo fuimos de boina. El obrero navarro que soñaba revoluciones en las minas de Gallarta había estado poco antes en Montejurra, pegando tiros a los ricos, a los mercaderes de quintos, a los ladrones del comunal… Algunos se suelen enfadar cuando los ideólogos del PSOE nos llaman tardocarlistas y es en lo poco en que dicen la verdad. Ellos presumen de ser herederos de los liberales decimonónicos, y es cierto: son igual de ladrones. “Peseteroak”, les llamaban. Y como sus abuelos, siempre suspiran por un general Concha que cruce el Ebro, imponga su Constitución y les salve del apuro.
Si en 1875 el Ejército español hubiera tenido palas excavadoras, no hubiera dejado un tormo de Montejurra sin demoler. Sólo por eso vale la pena volver en primavera, oler sus tomillares y soñar con Radica, corriéndolos como a conejos.