[Opinión] Los cuarenta de Artajona
Artículo de Jose Mari Esparza Zabalegi publicado en Gara (Euskal Herria) en Enero de 2001. Reproducido en Réquiem para sordos (Txalaparta, Tafalla, 2004, pp. 152-154).
Dicen de ellos que cuando entraron en Donostia en 1936, el mayor número de bajas que tuvieron fue en las puertas giratorias de la Diputación, por querer entrar todos a la vez. Que se llevaron las máquinas de escribir pensando que eran acordeones. Que quisieron rebautizar la Concha llamándola Playa de Artajona. «Navarro ni de barro», se decía en Vascongadas, recordando aquella avalancha de requetés aldeanos, diablos de boina roja. En cuántas cenas no hemos cantado, hartos de vino y de guasa, aquello de «Cantad valientes hijos de Artajona, cantad a la Virgen de Jerusalén…».
Lo que no se dice es que, en los pueblos más carlistas de Navarra, comenzando por Artajona y Mendigorria, no hubo fusilamientos. Que lo primero que hicieron al entrar en Gernika fue acudir bajo el Arbol a jurar los Fueros. Que atacaron Bilbao, corazón del liberalismo, empujados por la misma inercia atávica de sus padres y abuelos. Que cuando saldaron el comunal navarro para que lo compraran los ricos, Artajona fue de los pocos pueblos que supo mantener sus tierras, comprándolas de nuevo, de forma colectiva, con una singular Sociedad de Corralizas, poder popular, equitativo y democrático vigente todavía, del que deberíamos aprender muchos revolucionarios de boquilla.
Requetés navarros y gudaris nacionalistas se llevaban el canto un duro: sus genes políticos eran los mismos. Entre ellos sólo mediaba la industrialización. Los gudaris perdieron, y entraron en la Historia. Los de Artajona en cambio, ganaron la única guerra en siglo y medio, y la victoria supuso su desaparición.
La Falange y Franco les quitaron el pan del morral. Cuando quisieron reaccionar era tarde. Algunos de sus jefes medraron, como siempre, pero ellos volvieron al surco igual de pobres, rumiando amarguras. Creían haber hecho lo que debían hacer, y de nuevo les habían engañado. Para cuando Montejurra floreció como foco antifranquista y sus grupos de acción llegaron incluso a plantear la lucha armada, el desengaño les había raído todas las ilusiones.
El carlismo navarro tiene raíces más profundas que las que hemos representado en nuestros chanzas. El PNV los machacó porque eran cuña de la misma madera. La izquierda abertzale sólo supo hacerles chistes. Ahora votan a siglas extrañas, aunque ninguna les reconoce su pasado, pero el país carlista sigue ahí. Se expresa de vez en cuando, en el no a la OTAN ; en los datos de escolarización en euskera; en los nombres vascos de sus nietos; en el apego a la tierra; en mil datos que no se explican con los resultados electorales…
Algún día habrá que repasar la historia. Saltar por encima del franquismo y reencontrarnos con esa parte del país que dejamos atrás. Y tal vez volvamos a cantar el Gernikako Arbola con los valientes hijos de Artajona.