[Opinión] El liberalismo de Almudena Grandes

Artículo de Josep Miralles Climent publicado en El Obrero el 17/03/2020.

Almudena Grandes ha escrito una segunda parte del artículo que escribió en el suplemento de El País Semanal del 2-2-20, cuando aprovechaba un accidente mortal que se produjo en la calle Carlos VII de Estella.

Contesté a ese artículo con otro mío titulado “Los conocimientos de Almudena Grandes sobre el carlismo”, que se publicó en El obrero. Defensor de los trabajadores. En aquél artículo la señora Grandes arremetía contra este rey legítimo para los carlistas -que tuvo su corte en esa ciudad-. Con él demostraba que sabía poco de la intrahistoria que diría Unamuno o de lo que podríamos llamar historia de los perdedores en el siglo XIX. Por alguna causa no tuvo bastante con el artículo mencionado, sino que el 16-2-20, volvió sobre el tema -en el mismo medio de comunicación-, porque tenía –dice- “la desasosegante sensación de haber escrito de menos”.

Pero sus conocimientos de la historia parece que se limitan a los que se escriben para los estudiantes de bachillerato, o los que han escrito grandes novelistas como Galdós en sus Episodios nacionales que se tomaba algunas licencias literarias, igual que lo hace nuestra escritora en su novela “histórica” Inés y la Alegría en la que atribuye al líder comunista Jesús Monzón propiciar la prostitución entre sus hombres, una falsedad que en ningún momento puso de manifiesto el historiador, periodista y biógrafo de Monzón, Manuel Martorell, la obra del cual sirvió de base para la novela “histórica” de Grandes.

Pues bien, en este segundo artículo aprovecha lo que le cuenta una amiga de su cuñada de Almería referente a un monolito erigido en la plaza de la constitución de esa ciudad andaluza en memoria de los liberales que fueron fusilados en 1823.

Efectivamente Almudena Grandes había escrito de menos. Le faltaba recordar –y lo escribió en su segunda parte- que en 1823 los Cien Mil Hijos de San Luis derrocaron al Gobierno liberal y apoyaron al Fernando VII, el Rey Felón, comenzando así la Década Ominosa. Una Década a la que se opusieron los llamados liberales. Y es aquí donde vuelve a acordarse de los carlistas para poder justificar su anterior artículo sobre Carlos VII (el rey perdedor que tiene una calle en Estella). ¿Cómo lo hace? Pues pontificando que “a los carlistas les pareció blanda” la Década Ominosa. (Recordemos que durante dicha Década, los carlistas todavía no existían formalmente, aunque muchos de los Realistas y Desagraviados catalanes, luego pudieran engrosar las filas carlistas).

Pues bien, nuestra autora recuerda en su segundo artículo que los correligionarios del general Riego “reclutaron voluntarios entre los liberales europeos para volver a luchar en España por la libertad y la Constitución de 1812” y consiguieron movilizar a sólo 65 liberales que tomaron Tarifa y días después 49 más, que zarparon para Almería, de los cuales 22 supervivientes de los combates serían fusilados. En su honor, se levantó un monolito en Almería. Esa era la historia que la amiga de su cuñada quería que contara.

De monolitos están llenas las Españas dedicados siempre –o casi- a los vencedores; también importantes calles y plazas. Muchas de estas llevan los nombres de militares liberales que dieron golpes de Estado –“pronunciamientos” les llamaban entonces- contra el “orden” establecido que había impuesto antes otro militar de otra tendencia liberal. Muchos de ellos fueron auténticos criminales de guerra durante las llamadas “guerras carlistas” que, aparte de fusilamientos masivos sin piedad, arrasaron pueblos enteros, como Espoz y Mina (que también firmó la orden de fusilamiento de la madre de Ramón Cabrera, el Tigre del Maestrazgo), o mandaron quemar campos de trigo como el general O’Donell, o destruir molinos comunitarios, y sólo porque los campesinos de esos pueblos de Euskal Herria, Cataluña, Aragón, Valencia, etc., eran voluntarios en las filas enemigas, o sea, las carlistas.

Frente a la burguesía liberal de las grandes ciudades y frente a los militares golpistas, se alzaron muchos campesinos voluntarios que defendían la tradición, sus usos y costumbres, sus fueros y libertades, sus reyes proscritos como Carlos VII, un rey que a Almudena Grandes le molesta que tenga una calle en Estella. Un rey que dijo aquello de que “si el pueblo es pobre, que vivan pobremente el rey y sus ministros”.

Los carlistas no eran santos y en las guerras que protagonizaron también cometieron crímenes, pero a pesar de ello, y tal vez por todo lo dicho antes –y por mucho más que no cabe en este corto escrito- numerosos historiadores tienen un concepto de los carlistas que tanto parece molestar a nuestra escritora cuando escribe: “Y así estamos, en este país nuestro de todos los demonios, donde los carlistas caen tan simpáticos y quienes se arrogan el título de constitucionalistas aspiran a borrar por cualquier medio la memoria de los constitucionalistas auténticos, los españoles que vivieron y murieron por la libertad de todos”, refiriéndose sin duda a los 22 fusilados de Almería.

Tal vez eso que dice sea porque el constitucionalismo español ni fue ni es tan ideal como nos lo presenta Almudena Grandes, pues si en el siglo XIX amparaban el sufragio censitario, en los siglos XX y XXI, escudándose tas la palabra democracia, el constitucionalismo españolista niega el derecho de autodeterminación de los pueblos de las Españas, unos pueblos que aspiran a recuperar algo parecido a lo que fueron los fueros que arrasó el liberalismo y sus constituciones centralistas.