Más sobre el Capitalismo
El pirómano y el bombero
por manuel millera – Viernes, 15 de Julio de 2011 – Actualizado a las 05:18h
«Yo sé de un pesar profundo, entre las penas sin nombres, la esclavitud de los hombres, es la gran pena del mundo». José Martí
EN septiembre pasado se anunció la detención de un brigadista forestal acusado de provocar varios incendios en cierta comunidad autónoma. Es decir, el profesional dedicado a apagar los fuegos consideró que el mejor modo de no perder su trabajo era provocarlos. Se trata de una conclusión bastante lógica, como en otros ámbitos de la economía. Las empresas farmacéuticas nunca desearían erradicar una enfermedad si su medicamento dejase de ser necesario, y las de armas tampoco querrían terminar con una guerra, para continuar con la venta de sus productos. Se trata de una consecuencia inherente al capitalismo. En este sistema se le paga a alguien para que atienda un problema que, si lo resolviese, le impediría continuar con su negocio. De esta forma creamos un poder fáctico que tiene como principal objetivo y causa fundamental de su existencia, combatir la aparición de una solución. Lo peor que le pasaría a la empresa de limpieza de las vías públicas es que dejásemos de tirar los papeles a la calle, y a una empresa de reciclado que nos interesásemos por la compra de productos que no contuviesen envases y accesorios inútiles y desechables.
En El mejor de los mundos. Un paseo crítico por lo que llaman democracia (Icaria) podemos ver muestras del pensamiento de Pascual Serrano. La llamada democracia no lo es puesto que el poder legislativo no representa a la sociedad en la medida en que la ley electoral es injusta; el poder ejecutivo no responde a las promesas y compromisos electorales con los que llegó al poder; el judicial no cuenta con ningún elemento de vinculación con la democracia puesto que o procede de las elites de la casta letrada o es mera correa de transmisión de los partidos. En cuanto a otro dominio fundamental como los medios de comunicación, son meros apéndices de las estructuras empresariales. Todos ellos giran en torno al verdadero poder, la economía y quiénes la controlan. Por no hablar del poder religioso, que va por libre, o de la monarquía impuesta por un dictador y no refrendada. En conclusión, no quedan restos de ciudadanía en el sistema. Lo que llaman democracia no es más que la cáscara, el envoltorio. Pregúntese el ciudadano cuántas veces o cuánto tiempo en los últimos 10 años ha dedicado a intervenir en las decisiones de gobierno de su comunidad. El mercado es quien gobierna. ¿Cómo? Construyendo miles de casas que quedan vacías mientras familias enteras no tienen dónde vivir; proporcionando sumas enormes de dinero a individuos que no realizan ninguna función valiosa para la sociedad mientras millones de personas mueren de hambre; creando sociedades en las que se dedica al mantenimiento de una mascota más dinero del que necesita una persona para sobrevivir y que termina muriendo. Según los parámetros del capitalismo, el mercado funciona bien si existen epidemias de enfermedades, terremotos, aumento del narcotráfico, guerras o desastres nucleares. Todos ellos aumentan el PIB. Con ejemplos así debería bastar para decir que el mercado es sencillamente un crimen. El mercado no nos ofrece lo que necesitamos (amor, comprensión, solidaridad, capacidad para educar, etcétera) sino lo que se vende bien (Coca Cola, programas rosas, chucherías, bienes de lujo, drogas, armas, órganos o bebés robados) aunque sea innecesario, veneno o delito. Obsolescencia programada para vender antes.
Si llegase un extraterrestre a nuestro planeta y viera cómo mueren los seres humanos de los países pobres en el intento de llegar a los países ricos, y todos los sistemas que se idean para conseguir que mueran en el intento, pensaría con toda la razón que los habitantes de la Tierra son unos seres sin compasión hacia sus congéneres. Permitimos que las fronteras puedan ser atravesadas por cualquier producto que sea rentable para el mercado, aunque sea tóxico, pero nunca las personas. Los ciudadanos de un país deberían poder decidir a mitad de legislatura que un cargo político cesase por no cumplir sus promesas. Los ciudadanos deberían tener garantizadas alimentación y vivienda para poder elegir a sus gobernantes en las condiciones adecuadas, antes de votar.
El proyecto europeo parece diseñado y desarrollado con el claro objetivo de destruir las estructuras democráticas que pudieran tener los países. Han logrado que los ciudadanos no conozcan el funcionamiento de las instituciones, que no sepan quién decide qué y, menos aún, cómo participar en las políticas. Pregunte a cualquier persona cuál es la diferencia entre Consejo Europeo, Consejo de Europa y Consejo de la Unión Europea, tres instituciones fundamentales totalmente diferentes. No puede existir una democracia si los ciudadanos no saben la diferencia, y han trabajado mucho para conseguirlo. El Pacto del Euro es una soga en nuestro cuello esclavo. Los violadores de países, la banda terrorista con corbata (FMI, BCE, G-20) no hace sino pedir más sacrificios humanos en altar de la competitividad. ¿Acaso no fue salvada ya Grecia? ¿Para qué más antibiótico de mercado si el paciente empeora gravemente?
Hay muchas razones para renegar del capitalismo: su ausencia de distribución de la riqueza, su voracidad para terminar con los recursos naturales, la explotación de la mano de obra por parte de los dueños del capital. Pero el ejemplo del bombero forestal que provoca incendios es un símbolo elocuente de que el capitalismo es el mejor sistema para imposibilitar las soluciones a los problemas del ser humano. Es sencillamente, enemigo de las soluciones. Si el bombero se convierte en pirómano, estamos perdidos. Y si alguien tan sensato como Pascual Serrano no tiene un cargo público, ni sale nunca por la caja tonta, es que algo falla ¿no creen? Felicidades por el libro. ¿No tienen ustedes la terrible sensación de que en muchos conflictos sociales, incendios económicos o guerras, el pirómano y el bombero son la misma persona? Deuda es esclavitud. Urge democratizar el dinero o abolirlo.