Lo que estamos pasando
Tribuna Abierta
Purgatorio
por manuel torres – Jueves, 20 de Septiembre de 2012 – Actualizado a las 05:08h
COMO señala Robert Coover en Noir, su última novela: «La vida, en resumidas cuentas, no es más que soledad, enfermedades, corrupción, crueldad, paranoia, traición, crimen, cinismo, miedo e impotencia, aunque luego está el lado malo de las cosas». Puede que suene un pelín luctuoso, pero no he encontrado mejor panegírico para definir el actual estado de mi país.
Hace tiempo que no creemos en los políticos. Tampoco creemos en las instituciones ni en esta democracia. Ya no creemos en nada, ni tan siquiera en nosotros mismos. Nos encontramos en el peor de los escenarios posibles, porque no tenemos en quién confiar. Y lo peor, tampoco tenemos a nadie que confíe en nosotros. De la noche a la mañana nos hemos convertido en un país de parias avocado a la desesperanza, sino al mayor de los nihilismos.
Como en 1984, el oscuro relato de Orwell, ahora se nos impone una neolengua, con palabras tan excelsas como ejemplaridad, transparencia, dignidad, esfuerzo, democracia, al tiempo que, mediante una dialéctica servil e ininteligible, se enmascaran las condiciones adecuadas que conducen al atraco perfecto, ese que diariamente acometen los mercados, el FMI, el BCE, la OMC, las agencias de rating…, entes incorpóreos que, después de haber provocado la crisis, anuncian ahora que van a dictar la hoja de ruta para sacarnos de ella.
Por eso, la jefatura de este país, sumido en la carestía y hundido en la pragmática del recorte, engañado por una jerga mediática, obscena y escandalosa, no sabe cómo disimular la realidad de unos hechos incontestables: la producción masiva y creciente de parados, desahuciados, marginados, arruinados o indigentes, víctimas de la orgía babilónica que el entramado bancario y financiero se ha corrido a nuestra costa. Y todo, mientras las grandes formaciones políticas se enzarzan en la liturgia del cruce de acusaciones, entre un gobierno que se cae a pedazos y una oposición desaparecida, si es que alguna vez estuvo ahí.
Cada vez se hace más palmario que, desde su desgobierno, el señor Rajoy no sabe lo que dice y no dice lo que sabe. La terquedad con la que impone sus nefastas estrategias, decretadas por la batuta de las instituciones europeas, pone al descubierto una sorprendente indiferencia ante los severos costes humanos que conlleva su improvisada y volátil ejecutoria. Por lo visto, a los gestores de tres al cuarto que tenemos, todavía les cuesta ver que la política de austeridad que preconizan para combatir la crisis no produce más que efectos devastadores, provocando a su paso brutales destrozos sobre los que ya dejó la anterior burbuja inmobiliaria.
Me pregunto si todavía hay alguien -igual me da si es de derechas o de izquierdas, si es que todavía funciona el viejo dualismo jacobino- que no haya percibido que esta desaforada política de subida del IVA, de recortes compulsivos, de caída de salarios, en definitiva, de retracción del gasto y, por consiguiente, del hundimiento de la recaudación impositiva, no sirve para nada, que dos recesiones económicas en tres años y la existencia de una depresión rampante, es algo que nos arroja sin remedio a la más profunda de las simas, al tiempo que la ciudadanía ve estupefacta cómo la crisis no termina nunca, mientras el dinero que procede del rescate va destinado íntegramente a los saqueadores que la provocaron: los bancos.
Muy acorde con la dialéctica del pánico que nos asfixia, esta suerte de democracia low cost, donde los que elegimos en las urnas no gobiernan, y los que gobiernan puede que nunca hayan pisado este país, nos lleva a un abaratamiento de sus valores y a la liquidación de sus contenidos para que -tras padecer la rémora de populistas y populares, donde todo se debe a la aritmética económica y lo demás es accesorio-, sus recortes, o mejor dicho sus mutilaciones, no tengan otra consecuencia que desmantelar el Estado del bienestar.
Con la cháchara de unos servicios públicos que ahora resultan no financiables; con un modelo de desarrollo económico tramposo construido sobre la nada, que creaba la falsa ilusión de la prosperidad; con una Europa que se suponía que contribuiría a potenciar nuestra soberanía en vez de subvertirla; con una cultura del entretenimiento frívolo, poblada de personajes banales convertidos en héroes de masas, donde el deseo ferviente de buena parte de la juventud radica en participar en Gran Hermano, este país está cortejado por el más negro de los presagios.
Ahora se abre un nuevo ciclo, es el tiempo de los chamanes, de los profetas y los justicieros. En vista de la ineptitud de una casta política desprestigiada y consumida por su propia incompetencia, es el turno de Mario Conde, de Democracia Española, de Sánchez Gordillo, de los nuevos iconos que van a redimir a este país de las garras de la injusticia y la iniquidad. Y que nadie se lleve las manos a la cabeza. Si ahora mismo se presentara Belén Estaban o Bob Esponja, seguro que colocaban a un puñado de eurodiputados en Bruselas.
Me pregunto si en vez de optar por la charlotada de asaltar un supermercado o paralizar el Congreso de los Diputados, no sería mejor hacer lo que en su día aplicaron Suecia o Islandia: la nada desdeñable misión de obligar a sus bancos a pagar la deuda. En estos dos países, la juerga que se corrió su banca no la costearon los ciudadanos, sino su Santísima Trinidad: la propiedad, la gerencia y los acreedores. Ellos fueron los responsables, y ellos tuvieron que hacer frente a la factura. Así lo dictaminaron sus correspondientes Tribunales de Justicia.
Quien crea que Europa va a venir a salvar a España de la crisis, que se olvide. Durante años nos hemos envanecido con la idea de que éramos un país innovador, dinámico y rico. Pero lo cierto es que nuestra economía se asienta en sectores de baja productividad, carecemos de fuentes energéticas y de recursos naturales, y esto sucede en un mundo extraordinariamente competitivo y móvil, con una ingente mano de obra barata cada vez más cualificada, capaz de producir una dislocación global económica sin precedentes.España no tiene mimbres para competir en ese entorno voraz y despiadado, nosotros vivimos todavía anclados a las estructuras del pasado siglo. Nos hemos pasado veinte años recibiendo a espuertas el dinero de Europa (catorce mil millones de euros) con el fin de crear un tejido productivo con proyección de futuro. Pero nuestros responsables, en vez de priorizar el interés del país, pensaron en su propio provecho electoral, construyendo insensatas obras faraónicas, engordando el bolsillo de financieros y constructores. Y ahora, cuando Europa ha cerrado el grifo de los fondos estructurales, es cuando se nos queda la cara como el Ecce homo de Borja.
Vivimos en un estado de crisis profunda, pero quizá convenga hacerse a la idea de que a partir de aquí, este epígrafe puede convertirse en algo inseparable de nuestra condición humana.