[Historia] La “Solidaritat” (interesante centenario)
Artículo de Evaristo Olcina Jiménez publicado en El Federal, nº 26, abril de 2006, pp. 9-10.
El estamento militar ha estado siempre vinculado o al servicio del poder, ya fuese este la corona o, desde el XIX, los poderes fácticos, nunca al del estado como entidad emanada de la soberanía popular. De ahí el continuo enfrentamiento con los movimientos sociales “no correctos” como el carlista, encauzador de la permanente rebelión contra lo establecido.
El ejercicio de esa fuerza partidaria –partidaria por cuanto siempre ha estado de parte de una sola opción- se llegaría a mostrar en múltiples ocasiones mediante actividades absolutamente arbitrarias que no se hubiesen permitido a cualquier otro colectivo, civil naturalmente. De manera inteligente M. Ferrer, al tratar el tema de la “Solidaritat” (no se olvide que lo hace en plena represión franquista, lo que hace mas meritoria su reflexión), recuerda de principio la tradición militar de asaltar los periódicos que, a gusto de la oficialidad, y por diversas razones, eran adjetivados de “enemigos”, “antipatriotas”, “peligrosos”, o cualquier otra cosa, excluidos por supuesto todos los de la amplia gama de la reacción; así, entre sus objetivos, no hubo ninguno ni de la derecha monárquica ni de los integristas, aunque sí republicanos y carlistas, algo que concreta Ferrer: “En Madrid durante la Regencia se habían dado varios casos y a comienzos del siglo el periódico carlista ´El Correo de Guipúzcoa´ (desde 1911 ´El Correo del Norte´) fue asaltado (en 1901 y debido a su radicalidad foralista) por marinos de la Armada”.*
El triunfo de la Lliga en las elecciones municipales de noviembre de 1905 se celebró por ese partido de la burguesía nacionalista catalana con una comida multitudinaria que se llamó “Banquet de la Victoria”, y unos días después el semanario humorístico Cu-Cut! publicó una caricatura en la que aparecía un civil y un militar ridículamente vestido de húsar que preguntaba: “-¿Qué se celebra aquí que hay tanta gente?, -El Banquet de la Victoria, -¿De la victoria?, Ah, vaya, serán paisanos” en clara alusión a las derrotas de Cuba y Filipinas. La reacción fue inmediata, y muchos oficiales uniformados con el sable en la mano irrumpieron en las calles de la capital catalana amedrentando a los viandantes y asaltando las redacciones tanto del Cu-Cut! como de La Veu de Catalunya, sin intervención de fuerza alguna que lo impidiese y sin que posteriormente se aplicaran medidas punitivas o disciplinarias a quienes habían participado, sí, por el contrario, se suspendieron las garantías constitucionales en la provincia de Barcelona: no sería ni la primera ni la última vez. Días después de tales sucesos, la publicación militar El Ejercito Español, al referirse a los actos del nacionalismo catalán, a cualquier acto, advertía que “…será respondido sin misericordia con el filo de los sables, hasta formar con cabezas de filibusteros (catalanistes) una campana colosal que aterre y se oiga”.
Toda aquella anómala situación provocó la caída del gobierno de Montero Ríos a quien sucedió Segismundo Moret, que de inmediato preparó una ley llamada “de Jurisdicciones” según la cual quedarían sometidos a fuero de guerra –a la jurisdicción militar- los delitos de palabra o por escrito contra el ejercito y los símbolos españoles, que fue aprobada por los partidos dinásticos –centralistas y de derechas- con la radical oposición no solo de los partidos catalanes sino del carlista; una ley que estaría vigente hasta 1931.
El movimiento unitario
Los partidos catalanes presentaron de inmediato un frente común, era la “Solidaritat Catalana” y en la que destacaban tres: los republicanos, los nacionalistas y el carlista. El “solidario” según el historiador Borja de Riquer sería “el primer moviment unitari catalá creat a partir del fet nacional”.
El Partido Carlista no solo dio la batalla en el congreso contra la nueva ley represora sino que formó parte muy importante de la gran coalición de partidos catalanes. Hubo, es cierto, alguna reticencia como la del marqués de la Torre de Mediñà (en 1924 se pasó a Primo de Rivera), y en Madrid Barrio y Mier o Enrique Gil Robles (padre del derechista fundador de la CEDA), por el contrario Mella, tras importantes intervenciones en el congreso en contra de la ley de Jurisdicciones, no puso obstáculo al acuerdo solidario. Pese a que el disentimiento intrapartido no fue importante, se llevó el asunto al rey como arbitro supremo, y este, según Ferrer “declaró que los carlistas eran libres de ir a la coalición de Solidaridad Catalana, y hacerlo así no era merma alguna de lealtad”, añadiendo “Tenia a su favor (Carlos VII) toda la historia carlista: los adversarios llevaban consigo el peso de un lastre: el centralismo borbónico”.
La Solidaritat se inició el 11 de febrero de 1906 en un mitin celebrado en Girona. Después, y con la excusa de rendir un homenaje popular a los diputados que en el congreso habían luchado inútilmente contra tal ley de Jurisdicciones, se convocó una manifestación que tuvo lugar el siguiente mes de mayo. La comisión encargada de su organización estuvo formada por representantes de los tres partidos mas importantes de Catalunya: Francesc Cambó por los nacionalistas de la Lliga, Josep Roca por los republicanos y Miquel Junyent por los carlistas; quien, al menos simbólicamente, presidía tal coalición de partidos era Nicolás Salmerón, ex presidente de la primera Republica Española, que sería junto con el carlista Solferino quienes también presidieron la manifestación, la “Festa d´Homenatge”, en el conocido como Saló de Sant Joan, (actual paseo Lluis Companys) en Barcelona que fue escenario de la mas enorme concentración hasta entonces conocida en lo que algunos han calificado “l´alçament de Catalunya”. Después, en el banquete popular celebrado en el Tibidabo, los representantes de los partidos que presidían toda la celebración, el carlista Solferino y el republicano Salmerón, se abrazaron públicamente como símbolo de la unidad en una lucha cuyo objetivo así sintetizó Ferrer: “barrer de Cataluña los partidos dinásticos centralistas por sus ideas, caciquistas por su falta de arraigo en los distritos; y también, la derogación de la Ley de Jurisdicciones”. (*)
El poder central por supuesto que no permaneció impasible y para combatir la catalanista y rebelde marea solidaria dispuso de un individuo, Lerroux, del que posteriormente se supo que había estado pagado desde Madrid a cargo de los en todo tiempo famosos “fondos reservados” del ministerio del Interior/Gobernación (solo cambia el nombre según el régimen). Alejandro Lerroux y García, cordobés de nacimiento, periodista, se dedicó a la política dada su facilidad demagógica en la oratoria de entresiglos; se declaraba republicano, pero de inmediato provocó un cisma en su partido y fue el ariete de los antisolidarios. Dada su condición de no catalán obtuvo gran predicamento entre los obreros que con similares características trabajaban especialmente en Barcelona y alrededores industriales; practicó un tremendismo anticlerical que poco después, en 1909, coadyuvaría a los excesos de la “Semana Trágica”, de él es aquella famosa arenga a sus “jóvenes bárbaros” en la que los incitaba: “levantad el velo a las novicias y elevadlas a la categoría de madres”. Después Lerroux acabaría como político de derechas, y siendo -¡este país…!- presidente del gobierno en 1933 y 1935, en la república, muriendo plácidamente en 1943, en Madrid, en la España de Franco.
Pues bien, Lerroux nada más producirse la quema de las redacciones de periódicos por los oficiales del ejercito publicó un articulo bajo el titulo de “El alma en los labios” del que son dignas de recordar algunas calificativos que dedicaba a los catalanistas y, por extensión, al conjunto de quienes se solidarizaron con ellos, de los aún en potencia solidarios: “caterva impura”, “mandilada de borrachos” o (la constante anticatalana) “chusma envilecida por el amor al ochavo”, para llegar a esta declaración esclarecedora “Yo digo que si hubiera sido militar, hubiera ido a quemar La Veu y el Cu-Cut!, la Lliga y el palacio del obispo por lo menos” .
Los partidos integrantes de la Solidaritat obtuvieron un éxito clamoroso en las elecciones generales de abril de 1907. El Partido Carlista de un total de 14 diputados conseguidos, cinco eran de circunscripciones catalanas, y de 6 senadores, tres correspondían a Catalunya, el mayor éxito desde 1900, lo que significaba que la colaboración solidaria con republicanos y especialmente con los nacionalistas catalanes no solo no le había perjudicado sino que había sido bien vista tanto entre los votantes catalanes como por el resto.
El fin de la Solidaritat
En 1906 Prat de la Riba, de la Lliga aunque con antecedentes carlistas, había publicado “La nacionalitat catalana”, obra de absoluta referencia para el nacionalismo catalán, y en el que se apuntaba como un principio de confederalismo: “Del fet de l´actual unitat política d´Espanya, del fet de la convivencia secular de diversos pobles, neix un element d´unitat, de comunitat, que els pobles units han de mantenir i consolidar. D´aquí l´Estat compost”. En 1907, Prat de la Riba accedía a la presidencia de la Diputación de Barcelona, aquél sería un primer paso para alcanzar la presidencia de la Mancomunitat Catalana, antecedente de la actual Generalitat (primeramente reinstaurada por los carlistas durante la tercera guerra). La Lliga se consideró con fuerza suficiente e inició movimientos de cierta desvinculación del resto de fuerzas solidarias, y por otra parte el que un derechista como Maura estuviese en el poder les alentaba a inclinarse, por intereses de clase compartidos, a los conservadores que desde Madrid gobernaban. Por otra parte, en 1908 se presentó por los republicanos nacionalistas el proyecto de presupuesto de cultura del ayuntamiento de Barcelona en el que entre otros objetivos se proponía el de “neutralidad religiosa”, algo que la Iglesia institucional no admitió por lo que significaba de perdida de poder. El Partido Carlista, en el que el peso clerical se mantenía, se unió con las derechas (los de la Lliga, así como con monárquicos y hasta ¡con lerrouxistas! a los que con tal de minar la unidad de los solidarios, según el encargo recibido de Madrid, no les importaba adoptar posicionamientos clericales) en una alianza reaccionaria dirigida por el cardenal Casañas y con el ardiente apoyo de Mella que, “casualmente” había sido recientemente elegido vocal de la patronal del Instituto de Reformas Sociales, al igual que el integrista Senante.
La Solidaritat, para gozo centralista, estaba liquidada. En las municipales de 1909 la candidatura de derechas (Lliga, monárquicos y ¡carlistas!, para vergüenza del partido) sufrió el mayor de los descalabros, cuando hacía dos años, en 1907, el partido, junto con otras fuerzas como nacionalistas y republicanos, logró el mayor éxito de toda la Restauración. El gran lastre derechista y clerical que tanto mal siempre ha proporcionado al Carlismo cobraba una vez mas sus réditos para satisfacción del mesetario monarquísmo centralista, reaccionario y caciquil, que siempre ha dominado.
Nadie mejor que Joan Maragall describiría aquel hermoso “alçament” solidario de 1906 que tan ruinmente había acabado. El poeta en un articulo publicado en 1907 decía: “Solidaritat és la terra, ho sents?. Es la terra que s´alÇa en els seus homes.- No has sentit dir mai allò de ´si tal cosa succeís fins les pedres s´alÇarien´?- Doncs ara som en això; que les pedres s´alÇen; que cada home és un tros de la terra nadiua amb cara i ulls i esperit i braÇ. I la terra no és carlina, ni republicana, monárquica, sinó que es ella mateixa, que crida, que vol son esperit propi per a regir-se”.
En Valencia
Paralelamente a lo ocurrido en Catalunya también en el País Valencià se produjo algo parecido que no pasó de un bienintencionado intento carlista casi en solitario porque jamás entre los valencianos ha existido una conciencia nacional tan consciente y positiva como entre los catalanes.
En Valencia solo dos partidos de importancia pretendieron hacer algo parecido a lo de Barcelona: el carlista y los republicanos de Rodrigo Soriano, escisión regional de ese partido cuya mayor fuerza estaba en el “blasquismo” (de Blasco Ibáñez).
Además, otros grupos culturales o “valencianistas” también se adherirían. En 1908 aún no había arrancado el proyecto solidario valenciano, y es que contra el mismo, desde Madrid, se había lanzado al republicanismo blasquista que tanto peso especifico tenía en Valencia capital. Blasco era “un Lerroux de huerta” (gráfica definición de Fuster) cuyas relaciones inconfesables con el “fondo de reptiles” era denunciado por el propio Soriano en el Congreso al dirigirse a La Cierva, ministro de la Gobernación y acusarle de “pacto nefando y vergonzoso” con los blasquistas. Soriano duró poco en su postura pro-solidaria, pese a sus manifestaciones federalistas, y los esfuerzos catalanes por ampliar el ámbito territorial de la Solidaritat fracasaron; incluso se intentó una reunión en Valencia produciéndose altercados a la llegada por ferrocarril de los expedicionarios catalanes que fueron así comentados en “El Pueblo”, diario de Blasco, el 3 de julio de 1907: “nuestros correligionarios corrieron a guantazo limpio a la taifa carlo-sorianista” congratulándose, el diario blasquista, del “estentóreo ¡Viva España! ¡Muera Cataluña! que les encajaron ante sus narices” ( serian las de Soriano porque con los carlistas tenían mas cuidado). Con Blasco, el “hombre de Madrid en Valencia”, se inició el anticatalanismo valenciano (fundamentalmente en el cap i casal)que en plena “transición” fue desempolvado y revitalizado hasta el paroxismo y la nausea por la triada “Abril Martorell–Broseta-Attard”, también fieles servidores del Estado, que promovieron el castrador “blaverismo”, ahora patrocinado por el PP con la inestimable colaboración del PSOE, que seguimos presenciando.
Los “sorianistas” no aguantaron demasiado, y así fue que tras la defección “solidaria” de su líder y al intentarse como supremo y último esfuerzo la elaboración por la “Junta Solidaria” de una candidatura conjunta de carlistas y republicanos, el representante de estos, Josep Maria Escuder, presentó públicamente su renuncia el 10 de diciembre de 1908, quedando tan solo el carlista Manuel Simó que permaneció fiel a los principios sustentados por Solidaritat Valenciana y que el siguiente 17 de diciembre hacía pública en La Correspondencia de Valencia una nota de la que reproducimos esta frase: “ni oculto ni abdico de mi significación política ni religiosa; pero proclamada mi candidatura, no solo por mis correligionarios, sino también por aquellos que simpatizan con las ideas regionalistas y solidarias, acepto este carácter, que es genérico, y por consecuencia, anterior y superior a los otros”.
En contraste con la cobardía y oportunismo de los republicanos “sorianistas” se alzaba la irrenunciable postura carlista que anteponía a todo el servicio a su país, a su tierra, “anterior y superior a los otros”, es decir, a los de su particular “significación política” y “religiosa”.
Y ese fue el final del único intento medianamente serio de articulación de un frente “nacional valenciano” en consonancia y relacionado con sus hermanos del norte, un frente en el que tan solo creyeron entonces, y siguen creyendo ahora, los carlistas de ese país.
(*) La proclama que provocó la ira de los militares fue publicada en “El Correo de Guipúzcoa” en el mes de septiembre y entre otras cosas decía: “Euskaldunes todos, unirse; no haya fronteras: el Bidasoa nada significa, es nuestro hermano como lo son el Nervión, el Zadorra y el Oria”. El Partido siempre defendió y asumió la unidad de los siete herrialdes, es decir Euskal Herria.
(*) En Madrid, los partidos caciquiles, centralistas, nunca han querido a catalanes en el gobierno, mucho menos que lo presidan. Esclarecedora es la opinión del rey Jaime III cuando tras la caída de Primo de Rivera tuvo una entrevista con un diplomático español en Túnez. Este le preguntó por Cambó, si lo veía como presidente del gobierno, y Don Jaime le respondió respecto del político de la Lliga “… le acompaña una circunstancia que le entorpece el camino de llegar../ -¿Cuál?/ -¡Es catalán!” (publicado en “Álbum Histórico del Carlismo”, 1935).