[Ideología] La construcción del Socialismo en tiempos de la globalización neoliberal

Ponencia elaborada por Javier Onrubia Rebuelta y aprobada por el XV Congreso Federal del Partido Carlista, celebrado en Lizarra/Estella (Nafarroa/Navarra) los días 13 y 14 de Noviembre de 2021.

 

Nuestras raíces

En el XI Congreso Federal de nuestro partido, celebrado en Tolosa en noviembre de 2004, se aprobó la ponencia que presenté titulada “Otra izquierda es posible: el espacio político del Partido Carlista”. Posteriormente se publicó integra en el número 22 de “El Federal”, página 10, de marzo de 2005.

La presente ponencia es una versión actualizada y puesta al día de aquella, y tiene el mismo objetivo: reafirmar el irrenunciable espacio político de nuestro partido: la izquierda socialista.

Por su configuración sociológica, su práctica política y su convergencia de intereses con los de la clase trabajadora, nuestro partido es un partido de clase.

Históricamente siempre lo ha sido, desde el primer enfrentamiento armado de 1833, que supuso una manifestación clara de enfrentamiento de clases antagónicas. Por un lado estaban las clases poderosas, económicas y sociales, el ejército como institución sostenedora del Estado, la aristocracia, la jerarquía eclesiástica y los grandes propietarios de la tierra, y por el otro, las clases oprimidas, trabajadoras y populares, el clero bajo, pequeños propietarios y una parte de la nobleza.

El Partido Carlista está compuesto por personas que vivimos solo y exclusivamente de nuestro trabajo, que participamos en la producción y creamos riqueza sin explotar a nadie, y con una finalidad a la que nunca renunciaremos: acabar con la explotación del hombre por el hombre, y llegar a una sociedad sin clases, sin opresores ni oprimidos. Es decir, acabar con el Capitalismo.

Resulta sumamente interesante y clarificador, leer el contenido del semanario carlista “a.e.t”, editado en Pamplona entre enero y junio de 1934. En sus páginas arremete con frecuencia contra “los grandes industriales, poderosos banqueros y grandes terratenientes”, “las opulentas castas de la sociedad que han amasado sus riquezas con el sudor y las lágrimas de los humildes”, el “capitalismo que ha arruinado al obrero y bebido la sangre de la humanidad”, el capitalismo explotador y vil, “los capitalistas feudales” y los “capitalistas cobardes”. Por supuesto, esta publicación se declaraba “anticapitalista”, ya que “el sistema capitalista es el predominio de unos intereses por otros más poderosos” y manifestaba que los carlistas “jamás se pondrán al lado de los explotadores de la sociedad y de los capitalistas feudales”. Sobre la composición social del Carlismo leemos también: “nuestros círculos, compuestos en su mayoría por clases trabajadoras”, el “futuro Ejército Carlista, formado por obreros y campesinos”, “dar satisfacción a las justas aspiraciones del proletariado” o “las clases trabajadores de nuestra gloriosa Comunión”. Todo ello implicaba un claro proyecto de “Revolución Carlista”, una “genuina revolución” que acabará “con los privilegios de clase” y la “desaparición de familias privilegiadas, exterminio de caciques y caciquillos”. Por estas ideas “para las derechas, nuestra Comunión es una especie de comunismo blanco, y nuestras masas unos bolcheviques con boina roja”. También a lo largo de los veinte números que se publicaron de “a.e.t” son numerosas las críticas y denuncias de “las engañosas doctrinas de redención obrera” que defendían algunos sectores de las izquierdas de aquel tiempo, y especialmente, su agresiva e intolerante política anti-religiosa. Estas posturas son las que los jóvenes carlistas, que escribían en este semanario, denominaban “integridad doctrinal”.

Mientras los medios de producción no sean propiedad de toda la sociedad y sigan siendo propiedad privada de una minoría de privilegiados, la lucha de clase será una realidad, por mucho que trate de disimularse o se diga, sin ningún rubor, que es una cosa del pasado, ya superada. La lucha de clases no la han inventado los que llevan siglos sufriéndola, sino los que la fomentan con su individualismo egoísta, insolidario y acaparador.

Los trabajadores y trabajadoras somos la inmensa mayoría en nuestra sociedad, por eso el poder de decisión tiene que estar en nuestras manos, pues somos nosotros lo que creamos la riqueza, que luego se reparte de manera totalmente injusta. Cambiar esta situación, ha de ser el objetivo final de nuestro partido y de cualquier organización política que se considere de “izquierda”.

En nuestro país, quienes oficialmente son considerados de “izquierda”, vienen demostrando –algunos desde los tiempos de la llamada “transición política”- que han hipotecado su ideología a intereses particulares, han incumplido de manera reiterada sus promesas electorales,  han sido incapaces de enfrentarse a los poderes económicos – lo vemos ahora con la escandalosa subida del precio de la electricidad-, han acudido en ayuda de la banca en momentos de apuro de las entidades bancarias y se han visto salpicados por frecuentes escándalos políticos y financieros. Aunque han aprobado algunas leyes de contenido social, han llevado el desencanto y la apatía a amplios sectores de la población, principalmente entre la clase trabajadora, los colectivos de parados y paradas, pensionistas y jóvenes. Han llegado al poder, pero al precio de abandonar sus señas históricas de identidad y arrinconando reivindicaciones proclamadas desde décadas y décadas. Quienes aspiraban a “tomar el cielo por asalto”, se han acostumbrado a la moqueta de los despachos, a frecuentar restaurantes de lujo, disfrutar de viviendas exclusivas, llevar un estilo de vida muy alejado al del pueblo trabajador y a reclamar ciertos privilegios por desarrollar su actividad política.

La honestidad, la austeridad, la transparencia y el rigor, tanto en nuestra actividad pública y privada, han de ser características irrenunciables de nuestra forma de hacer política. El adquirir nuevas costumbres y hábitos, no debe ser el camino para ser asimilado por el sistema al que decimos combatir. No basta con un cambio de estructuras, es necesario e imprescindible un cambio personal, un cambio de mentalidad, para lograr una transformación radical de nuestra sociedad, cambio eficaz, duradero y prolongado.

Cuando en noviembre de 1989 felizmente se derrumbó el Muro de Berlín, terminaba una forma atroz, equívoca y nefasta de concebir el socialismo. El Socialismo jamás puede implicar una dictadura, la anulación de la personalidad humana o de los pueblos, sus derechos, la burocratización o profesionalización de la actividad política o sindical, la discriminación o la imposición de un partido único.

Este es el tipo de Socialismo que se implantó en la URSS y sus países satélites del este, que aunque con ciertos logros materiales indiscutibles y evidentes, era una burda caricatura del verdadero Socialismo.

Socialismo siempre tiene que ser libertad, democracia de representación, participación y gestión, defensa apasionada de los Derechos Humanos y real, concreta, democracia económica.

Denunciamos a la socialdemocracia por su complicidad con el neoliberalismo, que siempre  va a remolque de las políticas económicas y sociales que producen más paro, más miseria y más marginación. Es incapaz de tomar la iniciativa y ha olvidado sus aspiraciones de emancipación. Igualmente denunciamos todas aquellas propuestas “socialistas” que restrinjan los derechos fundamentales de las personas y los pueblos y sean fuente de privilegios o discriminación.

En la publicación “Apuntes sobre Socialismo”, editada por el Partit Carlista del País Valencià en 1995, encontramos qué entendemos nosotros, los carlistas, por Socialismo:

“Lo podemos definir como el sistema que quiere transformar la sociedad por la incorporación a la comunidad de los medios de producción, la vuelta de los bienes a la colectividad y el reparto entre todos del trabajo común y de los objetos de consumo.

El Socialismo y su revolución no consiste no consiste solamente en la “toma del poder” y de la supresión de la explotación del hombre por el hombre, sino que significa la victoria sobre la alienación del hombre, es decir, sobre el Sistema y el orden establecido por éste. Por dicho “orden” la inmensa mayoría de los trabajadores, manuales o intelectuales, se ven forzados a hacer la historia de otros.

El Socialismo, su revolución, representa la lucha del hombre/mujer para ser los constructores de su propia historia, sin que ésta sea hecha por medio de procuradores, por delegación alienante de la propia iniciativa. Se trata de que cada hombre sea un creador responsable, sin delegar esa creatividad en manos de un elegido o de un dirigente”.

Y en las Jornadas Ideológicas de Vila-real (Castellón), celebradas en 2001, definimos el Socialismo de esta manera más resumida: “la liberación global de los trabajadores, por el establecimiento del Poder Popular en todos los niveles de la sociedad”.

Es muy conveniente recuperar las aportaciones ideológicas de Georg Lukács y sus trabajos sobre el papel de la conciencia de la clase trabajadora en la transformación revolucionaria; la denuncia de Rosa Luxemburgo sobre la sustitución de la voluntad popular por el poder omnímodo del partido único; la teoría de los Consejos Obreros enunciada por Anton Pannekoek; el concepto de hegemonía, lucha cultural y denuncia del dogmatismo y la burocratización elaborados por Antonio Gramsci o los de la llamada “Nueva Izquierda”, europea y latinoamericana, surgida a partir de 1956, cuando en el XX congreso del Partido Comunista de la URSS se denunciaron los atroces crímenes de Stalin.

Igualmente conviene releer y recuperar las interesantes aportaciones ideológicas hechas durante el periodo de “Clarificación Ideológica” que se desarrolló en nuestro partido a finales de los años 60 del siglo pasado, los trabajos efectuados en las “Asambleas Populares Carlistas”, en los “Congresos del Pueblo Carlista” o los excelentes estudios teóricos de los compañeros y compañeras de la Fuerzas Activas Revolucionarias Carlistas (F.A.R.C).

Creemos que todavía sigue siendo útil el método de análisis marxista de la sociedad, para conocer mejor los mecanismos internos de funcionamiento de la sociedad capitalista –las realidades políticas, económicas y sociales que representa- y que se basa en  tres factores principales: la importancia de los hechos económicos, la atención a la lucha de clases y el poder mistificador de las ideologías y de ciertas manifestaciones religiosas. Nosotros no asumimos este método de análisis como un dogma inmutable al que se jura fidelidad eterna, de manera acrítica. Lo hacemos de manera creadora, no dogmática, haciendo siempre un análisis concreto de una situación concreta. Tenemos también muy en cuenta otros factores, no solo los socioeconómicos, que son muy importantes para el Carlismo: el humanismo cristiano, su acervo cultural y su contenido foral.

El hoy que hay que cambiar

Muchos fueron los que ante el fracaso de este mal llamado “Socialismo real”, pensaron que la única alternativa viable era el viejo y  nefasto Capitalismo de siempre, ahora denominado “neoliberalismo”

Nada más lejos de la realidad. El Capitalismo vigente desde hace más de 200 años, es un fracaso para una gran parte de la humanidad, que sufre sus desastrosas consecuencias. Por eso somos profundamente anti-capitalistas.

Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron los impulsores de este Capitalismo adaptado a nuestros días, basado en las privatizaciones salvajes, el desmantelamiento de los servicios públicos, dar un desmesurado protagonismo al mercado y reducir al máximo el papel del Estado. Los frutos ya los estamos sufriendo desde finales de los años 70 del pasado siglo.

La pandemia del COVID-19  nos está descubriendo las tremendas consecuencias de los recortes en la sanidad pública de nuestro país: el cierre de plantas enteras en centros hospitalarios, la falta de personal, las pésimas condiciones laborales o la falta de material adecuado para poder trabajar con un mínimo de garantías sanitarias.

Lo mismo podríamos decir sobre los recortes en educación, prestaciones sociales, condiciones de trabajo de los llamados “falsos autónomos”, pensionistas, medidas más eficaces para acabar con la violencia de género o frenar el cambio climático.

Ante esta persistente situación de injusticia, privilegios y discriminación, el Partido Carlista reafirma de forma rotunda y clara su alternativa ideológica: el Socialismo de Autogestión Global, adaptado a las necesidades que vayan surgiendo, pero sin perder de vista nunca sus señas de identidad y su objetivo: una sociedad justa, libre y fraterna.

Entre la conciencia (el asumir plenamente nuestra condición de explotados y/o marginados por el sistema neoliberal) y la acción  (las tareas dirigidas a terminar con este sistema), está la organización, la herramienta para hacer que nuestro trabajo y esfuerzo sean útiles para alcanzar el objetivo final de edificar otro mundo distinto. Para  nosotros, la herramienta es el Partido Carlista, pero debemos implicarnos en hacer de él una organización más cercana a la sociedad, que huya de dogmatismos y sectarismos, firme en sus planteamientos, pero consciente de que es una herramienta al servicio de la liberación de los pueblos y de las clases oprimidas.

El partido no puede convertirse en una maquinaria electoral, ni una agencia de colocación, ni en un nido de conspiraciones y corrupción o en un elemento de promoción social. El partido debe de servir para acompañar, impulsar y dinamizar las luchas junto a los afectados y afectadas en un conflicto o una reivindicación determinada. Tiene que fomentar otra forma de hacer política, basada en las asambleas, los consejos obreros, las asociaciones de vecinos, las plataformas de afectados, para ir construyendo redes de Poder Popular y desarrollar nuestro proyecto de autogestión y democracia directa. Hay que fomentar la auto-organización de quienes luchan por una causa concreta, que sean ellos los protagonistas, no unas siglas determinadas ni unos líderes “carismáticos”, que sustituyan o manipulen la voluntad de quienes protagonizan y llevan adelante la lucha.  Esta forma de construcción política, este estilo de trabajo, tiene que ser una de las características de nuestro partido que le diferencien de los demás. No se trata de conseguir más votos, se trata de resolver problemas y necesidades. Anteponer el conseguir una solución que beneficie a los afectados, antes que buscar un rédito político para la organización. Siempre hay buscar el interés general, el del común de la gente,  antes que el propio. Profundizar más y más la democracia, lograr la participación popular a todos los niveles, hacer uso de la oportunidad de convocar referéndums y consultas populares. Esta es la tarea que debe ocuparnos y que servirá para hacer un Partido Carlista más sólido, potente y eficaz.

El movimiento del 15-M demostró, en la práctica, que todo esto es posible, que la democracia directa, las asambleas populares en las calles y plazas de nuestras ciudades,  dar voz a multitud de colectivos con muy diversas reivindicaciones, tomar decisiones de manera comunitaria, el buscar resolver los problemas concretos de afectados concretos, se puede hacer. Lo que vino después, el nacimiento de “Podemos” y su entrada en el juego electoral y su institucionalización, son una parte de esa experiencia, pero no representan la totalidad  del espíritu del 15-M, en donde el Partido Carlista se hizo presente en la medida de sus posibilidades. El poner el foco en unos líderes o resaltar unas siglas determinadas, son todo lo contrario a lo que se buscaba -y se pedía- en las asambleas del 15-M.

Sería muy deseable una proyección internacional de nuestro partido, haciéndonos presente en los movimientos de apoyo y solidaridad con la autodeterminación de los pueblos (Palestina, Kurdistán, Sahara….), los grupos anti-globalización, “Amnistía Internacional”, los encuentros mundiales pro “economía popular” y mantener relaciones con todas aquellas organizaciones que luchan en cualquier parte del mundo por una alternativa política,  económica y social similar a la nuestra.

Las organizaciones que luchan contra las privatizaciones, los desahucios, los abusos de la banca, la violencia de género, la discriminación sexual, el racismo y la xenofobia, la violación de los Derechos Humanos, el trato injusto a los inmigrantes y menores no acompañados, el cambio climático, el maltrato animal, el auge y la violencia fascistas, o a favor de la defensa de los parados y paradas, los afectados y afectadas por las hipotecas, pensionistas, la pequeña y mediana empresa, los autónomos y autónomas, los servicios públicos, las mejoras urbanísticas en los barrios, el acceso a las nuevas tecnología en los núcleos rurales, los precios justos para los agricultores, los recintos deportivos públicos, los comedores populares, los grupos de ayuda mutua en los barrios, la acogida a inmigrantes o recuperar la llamada “España vacía”, son algunos de los ámbitos de actuación donde debemos estar presentes los carlistas y hacer oír, clara y alta, nuestra voz.

Ahora, a modo de conclusión, vamos a ver algunas pistas que nos impulsen a la reflexión, que nos empujen a compartir nuestras aspiraciones y nos indiquen el camino a seguir.

 

Señales para seguir el camino

  1. HAY QUE MANTENER VIVA LA INDIGNACIÓN.

No podemos callar ante la mentira, la injusticia, la manipulación, la arrogancia, la corrupción o la discriminación. Hay que dar la cara por las víctimas, por los pisoteados, por los que se quedan en la orilla de los caminos. Indignarse es un buen síntoma de que estamos por la senda buena…… y nosotros estamos indignados desde octubre de 1833.

  1. LA CABEZA PIENSA DONDE LOS PIES PIENSAN.

Hay que unir siempre la teoría con la práctica. De nada nos sirve tener un buen proyecto político si somos incapaces de llevarlas a cabo. En nuestra casa, lugar de estudio o trabajo, grupo de amigos, ongs, partido o sindicato, tenemos un amplio campo de actuación. Desde casa, instalados en la sola crítica y en la pasividad, poco podemos hacer. Si aspiramos al Poder Popular, vamos a participar en todos los espacios donde podamos estar presentes, y a contribuir al reparto del poder en todos los ámbitos, el devolver el poder a su legítimo propietario: el Pueblo.

Vamos a recuperar formas tradicionales forales de democracia directa y participación vecinal comunitaria, como los concejos, las comunidades de villa y tierra, el trabajo comunitario o la propiedad comunal de tierras, pastos y bosques.

  1. NO HAY QUE AVERGONZARSE DE CREER EN EL SOCIALISMO.

Es el nuestro, el Socialismo Carlista, un socialismo surgido de nuestra larga tradición histórica, desarrollado desde la base, inédito hasta la fecha, algo novedoso y original. Pero es necesario conocer lo que han significado otras vías al Socialismo en la historia, para no caer en sus errores y equivocaciones. De todo se puede sacar algo positivo. El rotundo fracaso del “Socialismo real” no es motivo para renegar de este proyecto.

  1. SER CRÍTICOS SIN PERDER LA AUTOCRÍTICA.

Siempre es necesaria la crítica, pero la crítica constructiva, aportando nuestras ideas, con argumentos políticos sólidos, no recurriendo a cuestiones personales. No solo es un derecho, también un deber que servirá para manifestar nuestro interés por la buena marcha de nuestro partido. La autocrítica también es muy necesaria, y no solo es admitir nuestros fallos, también es admitir ser criticado por quienes están a nuestro lado.

  1. SER RIGUROSOS EN LA MILITANCIA.

Actuamos por principios, no por intereses. Siempre hay alguien que nos necesita, y ahí tenemos que estar. A un carlista hay que conocerle no solo por los símbolos exteriores o por su lenguaje. Hay que conocerle por cómo actúa. No podemos decir “Socialismo es compartir”, y buscar privilegios o situaciones que nos beneficien a costa de otros.

  1. HAY QUE FORMARSE IDEOLÓGICAMENTE.

Tenemos que disponer siempre de un tiempo para el estudio, la lectura y la formación. Nuestra historia es riquísima y hay que conocerla. Hay que estar al tanto de los debates ideológicos que se producen en nuestra sociedad. Nadie da de lo que no tiene. Hay que huir del dogmatismo, más preocupado por aplicar teorías que por transformar la realidad. Hay que adaptar la ideología a la realidad, no la realidad a la ideología, cómo han hecho  tantos “teóricos de la revolución” a lo largo de la historia. El cambio no se hace sobre un papel, ni se diseña con escuadra y cartabón.

  1. VER CON OTROS OJOS LA NATURALEZA.

Dice el gran escritor castellano Miguel Delibes que “todo cuanto sea conservar el medio es progresar”. El neoliberalismo actúa no solo contra los seres humanos, también lo hace contra el medio ambiente.  Su afán expansivo, devorador, buscando siempre la máxima rentabilidad, contamina  ecosistemas, fragmenta hábitats, despilfarra recursos y reduce la vitalidad de la naturaleza al frío intercambio requerido a la acumulación del capital. Conservar la naturaleza es conservarnos a nosotros y a nuestros hijos. No hay que competir con ella, hay que compartir con ella. La sensibilización ecológica, y la denuncia del cambio climático, es otra gran tarea que debemos asumir los carlistas.

  1. BUSCAR EL HOMBRE Y LA MUJER NUEVOS.

Es el final del camino. Un hombre y una mujer nuevos en una nueva sociedad. El cambio revolucionario que propugna el Carlismo no sabemos lo que tardará en hacerse realidad, pero podemos empezar por nosotros mismos. Construir el Socialismo en lo cotidiano, día a día, en todos y cada uno de nosotros. De nada sirve cambiar la sociedad si no se cambia a la persona, al hombre y la mujer, origen y meta de cualquier cambio político, económico y social. Hay “que vivir en carlista” cómo se pedía desde el citado semanario “a.e.t”.