[Historia] El Partido Carlista y la foralidad aragonesa (1868-1876)

Manuel Marco Rodrigo ( «Marco de Bello»).

Artículo de Javier Cubero de Vicente publicado en El Obrero el 29/01/2020.

La caída de la monarquía isabelina en septiembre de 1868 implicó una primera pero breve experiencia democrática para la sociedad española, el Sexenio Revolucionario (1868-1874), pues el nuevo Gobierno Provisional instauró el sufragio universal para los varones mayores de 25 años al mismo tiempo que reconocía los derechos y libertades de imprenta, reunión y asociación. En este contexto, por primera vez el Partido Carlista podrá intervenir con normalidad en la vida pública. Por esta razón será reorganizado con el fin de lograr una victoria electoral dentro de la legalidad parlamentaria.

Por entonces, el nuevo jefe de la dinastía carlista, Carlos VII, firma en París la llamada Carta-Manifiesto al Infante Don Alfonso (30 de junio de 1869), en la cual no solamente promete la conservación del régimen foral vasco sino también su extensión a todo el territorio español, asegurando que «si se cumpliera mi deseo, así como el espíritu revolucionario pretende igualar las provincias vascas a las restantes de España, todas éstas asemejarían o se igualarían en su régimen interior con aquellas afortunadas y nobles provincias»1. El periódico francés Le Monde al comentar este manifiesto afirmaba que «D. Carlos lo ha dicho: la Constitución de Vizcaya, que realiza el gobierno del país por el país, debe ser la Constitución de toda España»2.

La universalización de la reivindicación foralista rápidamente fructificará en la formulación de un discurso federalista como se puede ver en el folleto La política tradicional de España (1870)3, de Bienvenido Comín y Sarté4, presidente de la Junta provincial carlista de Zaragoza. En esta obra se cuestiona a «la revolución de Septiembre» de 1868 por haber impuesto «la pesada tiranía de una odiosa centralización». Su autor reclama «la vida propia, o como ahora se dice, la autonomía del ayuntamiento y la provincia», afirmando incluso que «van en este punto los realistas más allá que ningún otro partido», en referencia indirecta al recientemente constituido Partido Republicano Democrático Federal, que lideraba Francisco Pi i Margall. Para este carlista aragonés, «la forma federativa es la que mejor responde a las tradiciones históricas y legales del pueblo español, como quiera que estas tradiciones emanan de las diferentes leyes con que se han regido las provincias españolas, y esas leyes proceden de los diversos hábitos y costumbres engendrados por los diversos orígenes de aquellas provincias, en otros tiempos, como es sabido, reinos independientes y soberanos».

El legitimismo carlista y el republicanismo piimargalliano, los dos únicos partidos de masas de la época, serán tan divergentes en los clivajes confesionalidad/laicidad y monarquía/república como convergentes en la cuestión territorial. Por eso en función de la coyuntura mantendrán relaciones de cooperación militar o de competencia política. Sobre este asunto el corresponsal en Madrid del diario francés Temps escribiría en 1872, que: «En el fondo en España no hay sino un gran partido popular único, apasionado por la independencia provincial y municipal. En este partido, todo lo que por ignorancia ha permanecido fiel a la religión católica y al principio monárquico, mira actualmente a Don Carlos como su jefe natural; es el pueblo de las campiñas. La otra mitad, cuya fuerza aumenta cada día, quiere la república federal; es el pueblo de las ciudades. El observador superficial de la España contemporánea creerá que estas dos mitades del pueblo son irreconciliables y que representan dos tendencias absolutamente opuestas, pues la una combate por la monarquía llamada legítima y el otro por la república; pero esta concepción es falsa. La mala inteligencia que divide a los federalistas monárquicos y a los federalistas republicanos no puede ser eterna, pues los carlistas son mucho más federalistas que los republicanos»5.

La mayor radicalidad federalista que tanto Comín como el periodista del Temps atribuyen al Partido Carlista seguramente se explique en base a las particulares concepciones foralistas del carlismo vasco. El Partido Republicano Democrático Federal proponía un pacto multilateral entre todas las comunidades nacionales hispánicas para la articulación de una estructura estatal común, pero desde el carlismo vasco no se contemplaba la integración de las comunidades forales vascas en una estructura estatal española, sino una asociación bilateral estrictamente dinástica con la Corona de Castilla.

En abril de 1872, el fraude electoral realizado por el Gobierno de Práxedes Mateo Sagasta con motivo de unas elecciones a Cortes supondrá una nueva reorientación estratégica en el Partido Carlista. La lucha armada, que nunca había sido descartada del todo por algunos carlistas, se impondrá como criterio en sustitución de la vía electoral. De esta manera, se iniciaba la Tercera Guerra Carlista (1872-1876).

Es entonces cuando, conectando con lo ya expuesto en la Carta-Manifiesto de 1869, Carlos VII emite en la frontera pirenaica el denominado Manifiesto a los pueblos de la Corona de Aragón (16 de julio de 1872), en el cual no solamente plantea el restablecimiento de los Fueros abolidos por Felipe V sino también su actualización pactada: «Hace siglo y medio que mi ilustre abuelo Felipe V creyó deber borrar vuestros Fueros del libro de las franquicias de la Patria. Lo que él os quitó como Rey, yo, como Rey os lo devuelvo; que si fuisteis hostiles al fundador de mi dinastía, baluarte sois ahora de su legítimo descendiente. Yo os devuelvo vuestros Fueros, porque soy el mantenedor de todas las justicias; y para hacerlo, como los años no trascurren en vano, os llamaré, y de común acuerdo podremos adaptarlos a las exigencias de nuestros tiempos»6.

La insurrección carlista no tardaría en extenderse por Aragón. Así Manuel Marco Rodrigo7, un veterano de la Primera Guerra Carlista que había sido nombrado Comandante General de los carlistas aragoneses, se subleva en Luco el 8 de octubre, dirigiendo «una alocución a los aragoneses, llamándoles a las armas (…) a recobrar la libertad y los Fueros; denostaba el liberalismo y rechazaba el absolutismo, aclamando a Don Carlos; llamaba a los mozos de las reservas; que la Virgen del Pilar sería su Patrona y Protectora, que acudieran todos a pelear»8. Según Eustaquio de Echave-Sustaeta, «tal entusiasmo despertó la alocución de Marco, que el país envió inmediatamente a sus hijos a la guerra, pues habiendo salido el general aragonés el día 9 de Luco con trescientos hombres, llegó a Cantavieja el día 13, con una fuerza de dos mil hombres, en medio del mayor entusiasmo popular». A inicios de diciembre, en Daroca se unía a la rebelión Marcelino Ruiz de Luna, que en nombre del Ejército carlista de Aragón dirigió una comunicación oficial a todos los alcaldes del entorno, fechada a día 5, en la que explicaba que: «Los carlistas aragoneses queremos (…) el restablecimiento de nuestros Fueros. Fueros en los que se hallan consignadas las verdaderas libertades, todas las que puede apetecer el hombre honrado para la seguridad de su persona y para la buena administración de los intereses generales».

En el área territorial controlada por los guerrilleros carlistas aragoneses, estas reivindicaciones foralistas se materializaron en la restauración de la Diputación del Reino de Aragón. José Galindo Vidiella sería nombrado presidente de esta institución el 19 de enero de 1875.

Sirvan estos breves apuntes de muestrario de la complejidad histórica del Carlismo más allá de la caricatura acostumbrada de la historiografía liberal, franquista y neoliberal hecha desde el Estado, que centrada en los clivajes confesionalidad/laicidad y monarquía/república, ignora interesadamente en todo lo que puede la conflictividad territorial y social como motor del proceso histórico.

Borbón y Austria-Este, Carlos de, «Carta del Sr. D. Carlos VII, a su augusto hermano Don Alfonso de Borbón y de Este», en El Pensamiento Español, Madrid, 2 de julio de 1869, p. 2.

Vizconde de la Esperanza, El, La Bandera Carlista en 1871, Imprenta de El Pensamiento Español, Madrid, 1871, p. 293.

Comín y Sarté, Bienvenido, La política tradicional de España, Imp. de la viuda de Antonio Gallifa y Manuel Sola, Zaragoza, 1870, pp. 7, 47 y 49.

Iniciador de una saga familiar muy politizada ya que fue padre de Pascual Comín y Moya, secretario general del Partido Jaimista en 1919; abuelo de Jesús Comín Sagüés, jefe regional en Aragón de la Comunión Tradicionalista durante los años 1930; bisabuelo de Alfonso Carlos Comín Ros, fundador en el Estado español en 1973 del movimiento Cristianos por el Socialismo (CPS) y dirigente del PSUC; y tatarabuelo de Antoni Comín Oliveres, político independentista catalán y consejero del gobierno de Carles Puigdemont.

Cucurull i Tey, Fèlix, Panoràmica del nacionalisme català, Edicions Catalanes de París, París, 1975, pp. 286-287.

Oller Simón, Francisco de Paula, La España carlista. Retrato de los partidarios de Don Carlos, La Propaganda Catalana, Barcelona, 1885, pp. 274-275.

Más conocido como «Marco de Bello», por ser esta localidad su lugar de nacimiento.

Echave-Sustaeta y Pedroso, Eustaquio de, El Partido Carlista y los Fueros, Imprenta de El Pensamiento Navarro, Pamplona, 1915, pp. 303-304.