Ficciones

 
 

por Jesús Barcos, * Periodista y consultor – Domingo, 17 de Junio de 2012 – Actualizado a las 05:10h

 Un periodista y economista llamado Jordi Goula denunciaba hace tiempo la falta de sentido crítico de la gran mayoría de los medios en la época de las vacas gordas. Si lo pensamos un poco, toda nuestra historia contemporánea está repleta de ficciones o trazos ficticios. La ficción del ladrillo es evidente; del España va bien primero y de la solidez financiera después, mientras el sueldo medio anual decrecía de 19.802 euros a 19.680 euros de 2002 a 2006. Hoy, por el contrario, nos encontramos con la ficción de la «austeridad» como salvavidas, de los recortes «modernizadores» o del mito de la autocontención de los mercados, que con el PP, oh sorpresa, también aprietan y ahogan. Con esta crisis, además, se ha derrumbado la ficción discursiva de que se hacía lo que buenamente se podía para resolver la pobreza en el mundo. O la ficción de la liberal mano invisible, un cuento cuasi onírico pero con valedores con mucho poder.

«La precariedad de la existencia impone valernos de ficciones», ha escrito Enrique Lynch. Ello sin embargo nos conduce a un círculo vicioso, con riesgos evidentes que él mismo advierte. Existen ficciones históricas muy potentes hasta hace bien poco que ha costado visualizar: la de parte del relato de la Transición, diseñado entre el mito y la ocultación. No desenterrar muertos para no «reabrir heridas» y demás.

Qué decir de la ficción que ha edificado durante estos años la monarquía juancarlista, hasta que el asunto se les ha venido parcialmente abajo.

Relato imaginario construido tras muchos años de culto a la personalidad en la mayoría de los medios. No olvidemos tampoco la ficción de la aconfesionalidad del Estado, si atendemos a determinadas noticias o comportamientos, entre otros del propio Jefe del Estado. O la ficción de hace años de las armas de destrucción masiva, de la guerra limpia y contenida, o de tanto sobrecoste militar acumulado. Los intereses políticos más espurios lo que precisamente pretenden es un alejamiento colectivo y radical de la realidad. Como cuando por ejemplo en 2003 el exportavoz popular Miguel Ángel Rodríguez escribió en La Razón a propósito de Irak: «Las imágenes de la guerra son terribles, y mucho más ver a una niña herida. Pero la política no consiste en agarrarse a estas cosas». La violencia real como recurso para una ficción. Un clásico. Las sangrientas imposiciones que representaron el franquismo o ETA, padecidas durante décadas, pretendían levantar una uniformidad inexistente, a base de imponer miedo y dolor.

En esta democracia de la política espectáculo algunas ficciones más recientes estriban en el bipartidismo y el pretendido olvido del papel de los poderes fácticos, ahora que hemos descubierto el sometimiento financiero. O en esa leyenda tan en boga y no menor de que la gente que politiza suele ser de izquierdas. ¿Se acuerdan de la España plural de Zapatero, o de los recortes de mayo de 2010? ¿Del despliegue mediático ante la llegada de Obama a la Casa Blanca? ¿Y de los papeles de Wikileaks?

Otras ficciones son seudo culturales: el fútbol como asunto capital, los telediarios espectáculo, la telebasura, la llamada «fiesta del toro», o toda la publicidad que consumimos cada día más o menos precavidos. «Lo importante no es lo que pasa, sino quién define los acontecimientos», señalaba El Roto en una de sus viñetas. A menudo no sabemos y hasta no queremos saber lo qué ocurre. A la vista está lo que ha pasado con ciertas élites. Y es que se nos deseduca en la ficción, en un relato legendario y tremendamente ideológico que a fuerza de repetirse cala y permea. Y que cuesta años sacarse de encima. La curiosidad, leer, contrastar y cuestionar ayuda a sacudirse tanta leyenda, y a recordar que toda comunicación institucional tiene algo de ficticio y que todo mito necesita, para poder serlo, de la comunicación.

Hace años el sociólogo Vicente Verdú analizó el «capitalismo de ficción»: «no se preocupa tanto por la mercancía como sí por la idea que ésta aporta. No se valora su utilidad sino lo que significa». Este capitalismo persuasivo supo, para empezar, venderse sin nombrarse, y en general durante muchos años se habló de economía de mercado, convertida hoy en economía del mercado. Dos datos concluyentes: antes de la crisis, según la OIT, la mitad de los trabajadores del mundo vivía en la pobreza mientras que, según la FAO, 25.000 personas morían de hambre a diario.

Un sistema cínico el capitalista, que además acude a ese papá estado del que tanto despotrica cuando a sus corporaciones les va mal. Como los adolescentes malcriados