Carlos Hugo de Borbón Parma, in memoriam

CARLOS CARNICERO

Hace tres días falleció en Barcelona Su Alteza Real el príncipe Carlos Hugo de Borbón Parma. Mi amigo y compañero, el periodista Fernando García Romanillos, escribió un obituario intimista, brillante y riguroso en el diario El País, cuya lectura recomiendo encarecidamente. Yo por mi parte he recuperado la memoria de aquellos años en las líneas que he escrito y que transcribo a continuación.

Conocí al príncipe Carlos Hugo de Borbón Parma en los Sanfermines de 1.968, en casa de Miguel San Cristóbal. Era entonces el príncipe un joven bien parecido, formado en las mejores universidades europeas y cargaba con la responsabilidad -y probablemente con el estigma- de ser descendiente directo de los reyes carlistas y heredero legítimo de esa causa. Casado con la princesa Irene de Holanda, formaba un coctel explosivo para un régimen que daba sus primeras y definitivas muestras de agotamiento. Su presencia clandestina, picando carbón, durante tres meses en el fondo de la mina asturiana de El Sotón le hizo tomar contacto con una de las manifestaciones más duras de la clase trabajadora.

Quedé fascinado por la frescura de su pensamiento y por el atractivo intelectual de unas ideas sobre la democracia y la España moderna que tenían en primer lugar el objetivo ambicioso de convertir el carlismo -una fuerza política contradictoria con un pasado difícil de remontar por su participación en el bando nacional de la guerra civil y con sus tradiciones forales ancladas sólidamente en las comunidades históricas y precursoras de los nacionalismos periféricos- en un partido moderno, democrático y socialista.

Su compromiso político, la modernidad de sus planteamientos de un socialismo autogestionario anclado en raíces populares, me convocó a la militancia antifranquista siendo casi un niño, rompiendo con una tradición familiar de pensamiento conservador ligado a una herencia en el bando nacional aunque de una manera pasiva y consentidora. Nació en mi la vocación política, el rechazo activo a la dictadura y el compromiso con el pensamiento socialista que no he abandonado en toda mi vida.

Durante más de diez largos años fui colaborador directo de Carlos Hugo en esa aventura apasionante de transformar una fuerza controvertida y contradictoria en un agente activo de la Junta Democrática primero y después de la Plataforma Democrática.

Unos meses después de mi primer encuentro con el líder carlista, el dictador Franco decretó la expulsión de España de toda la familia Borbón Parma, que carecían de nacionalidad española por la condición de apartida de Don Javier de Borbón Parma, padre de Carlos Hugo, y una persona que compatibilizaba sus profundas convicciones católicas con un antifascismo militante. Combatiente como teniente del ejército Belga en la primera guerra mundial y fundador activo de una organización del maquis belga y francés, fue capturado por los alemanes y condenado a muerte, aunque finalmente fue conducido al campo de exterminio de Dachau. El régimen nazi preguntó al Gobierno español de Franco si tenía algún interés en el príncipes de Borbón a lo que el dictador respondió con indiferencia sobre su destino. Superviviente milagroso de una operación en la que un médico judío polaco le practicó una cirugía craneal con un cuchillo de cocina, el viejo rey de los carlistas se mantuvo firme en su oposición al régimen de Franco y en el apoyo a la transformación del carlismo en una fuerza política socialista, antifranquista y democrática.

Fiel a sus principios durante toda su vida, el príncipe Carlos Hugo, sin renunciar en ningún momento a los derechos que pudieran corresponderle, colaboró en la consolidación de la Constitución de 1.978 y se abstuvo de plantear en todo momento un pleito dinástico con el Rey Juan Carlos para facilitar una democracia parlamentaria sólida.

Para mi fueron años apasionantes, los últimos de la dictadura de Franco, en donde fui secretario de organización del Partido Carlistas y colaborador directo de don Carlos Hugo, hasta que la realidad de los resultados electorales indicaron que el camino emprendido, lleno de utopía y de belleza intelectual, había acabado su recorrido; la mayoría renunciamos a incorporarnos en el PSOE, en la Federación de Partidos Socialistas, o en el PSP de Enrique Tierno Galván y optamos por trasladar nuestro compromiso político a otras áreas de participación, siempre desde la izquierda.

Carlos Hugo de Borbón, tal vez si no hubiera sido príncipe descendiente directo de los reyes carlistas, hubiera sido uno de los políticos de izquierda democrática con más trascendencia e impronta de la joven democracia española. Mi recuerdo imborrable es el de su magisterio, su calidad humana, su sentido de la lealtad con sus compromisos y la generosidad con la que administró sus responsabilidades históricas.

Su sentido de la responsabilidad le llevó a permanecer lejos de España para no ser ni siquiera una sombra que amenazara la estabilidad constitucional y se marchó a ejercer la docencia en distintas universidades e instituciones norteamericanas, llevando siempre una vida discreta y respetuosa con la institucionalidad democrática española. Volvió a morir a la costa catalana con la discreción, la dignidad y el coraje que caracterizó toda su vida.

La noticia de su muerte, después de una penosa enfermedad, me ha sorprendido en La Habana. Algo dentro de mi estalló en un llanto soterrado por la perdida de mi mejor maestro, de un entrañable amigo, de un ejemplo permanente a seguir y del testimonio directo del final de una época en la que su desaparición deja un hueco imposible de cubrir y que empobrece nuestra realidad política y la memoria de la transición Su desaparición pone en carne viva las expectativas de muchos españoles que vieron en el príncipe de los carlistas un motor activo de la lucha contra la dictadura, un ejemplo de valentía intelectual para una transformación política tan arriesgada y profunda y una acción audaz que impidió que se consolidara en España una ultraderecha tradicionalista que hubiera sido un factor añadido de desestabilización de nuestra joven democracia.

Hoy me he acordado especialmente de otro demócrata antifranquista, que fue brazo derecho del príncipe de Borbón Parma hasta que una prematura enfermedad le arrancó de este mundo. José María de Zavala y Castella, secretario general del partido durante aquellos apasionantes años. Las dos figuras desaparecidas se funden en mi memoria haciendo imposible aguantar unas lágrimas sentidas de mis ojos por una pérdida tan irreparable y por una bella historia de amor a la democracia, de confianza en las instituciones y de generosidad sin límites. Descanse en paz Don Carlos Hugo de Borbón Parma y que sus hermanas y sus hijos puedan encontrar el sosiego después de una pérdida tan irreparable.

Fuente: http://www.ccarnicero.com/531

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