A vueltas con el Sáhara

La que fue provincia número 53 de España ha vuelto a ocupar los titulares de todas las portadas después de que la Casa Real marroquí haya hecho pública una carta del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dirigida al rey de Marruecos, Mohamed VI, en la que defiende la propuesta de autonomía de Marruecos respecto al Sáhara Occidental como la mejor de las soluciones posibles, reconociendo la importancia de la cuestión del Sáhara para Marruecos e invitando a estrechar los vínculos de amistad entre ambos reinos.

La misiva está fechada el lunes 14 de marzo, cuatro días antes de que se hiciese pública y apenas dos semanas después del inicio de la invasión rusa a Ucrania. Resulta llamativo —si más no— el momento en que el presidente del Gobierno —o quizá alguien otro— ha decidido expresar su apoyo a la propuesta marroquí, teniendo en cuenta que esta data del año 2007, hace quince años.

Las diferentes reacciones no se han hecho esperar. Por una parte, Argelia, aliado histórico del Frente Polisario y mayor proveedor de gas a España, ha mostrado su indignación ante el repentino cambio de rumbo de la política exterior española, que abandona la tradicional neutralidad —o ambigüedad— respecto al Sáhara desde que Marruecos ocupara el territorio con la famosa Marcha Verde, mientras el régimen del dictador Franco agonizaba, que provocó que España abandonara ese territorio sin concluir el proceso de descolonización que se había iniciado y sin respetar el derecho a la autodeterminación de su pueblo. Por otra parte, el gobierno de Estados Unidos reiteró el pasado viernes, después de que España apoyara la propuesta marroquí presentada en 2007, que el plan de Marruecos para el Sáhara es una iniciativa “seria, creíble y realista”, utilizando casualmente los mismos adjetivos que empleó Pedro Sánchez en la carta dirigida al rey Mohamed VI. Otro efecto colateral y no menos importante ha sido la reacción no solo de la oposición —como era de esperar— sino también de Unidas Podemos, socios de Sánchez en el Gobierno que están pasando por un momento complicado debido a la coyuntura política actual, que han denunciado tanto el giro del Ejecutivo en la política exterior respecto al Sáhara como que el presidente del Gobierno no haya dado explicaciones de este cambio hasta hoy.

Ante este escenario, cabe preguntarse por qué y por qué ahora. Parece claro que un factor determinante ha sido la invasión rusa a Ucrania, teniendo en cuenta que la misiva, que apoya una propuesta marroquí de hace quince años, ha sido enviada apenas dos semanas después del estallido del conflicto en Europa del Este. También hay que tener en cuenta no solamente los efectos que este puede tener sobre el mercado internacional del gas, entre otros recursos, sino también los efectos que el conflicto va a tener, indudablemente, sobre las relaciones internacionales y los intereses geoestratégicos de España. Pero más allá de las responsabilidades de España con la OTAN —y por tanto, con el imperialismo norteamericano—, parece que el giro del Gobierno a propósito de la cuestión del Sáhara obedece a la necesidad de calmar las aguas en las relaciones con Marruecos —en la órbita estadounidense—, que como ya se vio en 1975, resulta un agente de suma importancia para la estabilidad futura de la Casa Real española —ahora salpicada por los escándalos del rey emérito—, y esta necesidad implica, en este caso, abrir las puertas al mercado del gas norteamericano, aunque este resulte más costoso.

Sumando lo expuesto a la incomodidad de mantener en el Gobierno a un socio como Unidas Podemos —fuerza política que cuestiona la Constitución del 78 y abogaba, como seguimos proponiendo desde el Partido Carlista, por iniciar un proceso constituyente—, parece fehaciente que ante la conveniencia para la oligarquía española, en la que la Casa Real tiene un papel preponderante, de estrechar lazos entre el PP y el PSOE, desplazando a los socios incómodos, y de continuar con el relato de la Transición, Pedro Sánchez ha actuado ante la cuestión del Sáhara más bien como el secretario del rey de España, Felipe VI.

 

Albert Calero