La sal de la vida

La sal de la vida

por Maite Pérez Larumbe – Domingo, 10 de Junio de 2012 – Actualizado a las 05:10h

En estos tiempos tristones y pesarosos resulta complicado hallar el equilibrio entre la justa queja y el rebote y el legítimo disfrute. O nos pasamos o no llegamos. Llega a ser una cuestión política. Lo es en el sentido de que si nos centramos en los aspectos más emocionales del día a día y nos abandonamos a la psicologización, corremos el riesgo de olvidar la dimensión de la estructura económica, política y social en la que nos movemos, existimos y somos, de la que formamos parte aunque en gran medida parte minúscula y sufridora de consecuencias. Las llamadas al optimismo se vuelven sospechosas según su procedencia. No me diga usted, usted precisamente, que mire la vida con confianza, pero a la vez, contemplarla así es una decisión de la que depende no sé si mi futura ventura, pero desde luego, sí la calidad de mi presente.

Arrumbadas las grandes expectativas, suenan llamadas de atención sobre las pequeñas cosas que constituyen un reservorio de ánimo, placidez y bienestar. La antropóloga francesa Françoise Héritier recoge en su libro La sal de la vida un listado de momentos, actividades y sensaciones felices. Cuestiones simples como oler pan recién hecho. Por su parte, el bloguero Neil Pasricha, que pasaba en junio de 2008 una temporadilla gris marengo, decidió publicar en su blog 1000 awesome things un suceso agradable que le hubiera pasado cada día. Ha llegado a las mil entradas y ha cumplido su objetivo.

La sal de la vida es eso, la sal. Un potenciador del sabor. Es imprescindible una trama que sostenga las pequeñas partículas para que estas se disuelvan y la impregnen. Claro, que si no nos gustan las acelgas, una pizca de sal no las va a mejorar por más olor a pan recién hecho que flote en el ambiente. Pero, ¿quién sabe? Puede que la lista empiece olfateando y acabe hasta las narices buscando un sustituto a las acelgas y esta sustitución adquiera tintes políticos y bastante titánicos. Puede que descubramos que el bienestar a todos los niveles es un asunto inaplazable.

Mi relación personal va a incluir también los que considero grandes inventos de la humanidad. Como habrá quien hable de la penicilina, la imprenta o la rueda, voy a tirarme a lo elemental y posiblemente frívolo. El sofá, la cerveza, las gafas de sol y el rímel para empezar. En cuanto a los momentos felices, las primeras entradas son fáciles, episodios como mirar unos zapatos nuevos mientras estrenan la calzada y descalzarse al volver a casa, leer un libro y encontrar citada esa frase de otro libro que tanto nos conmovió, reír con un chiste nuevo.

Al hilo, me viene una de las mejores enumeraciones que conozco, una que me cuesta leer en voz alta sin que se asome la lagrimilla. El Otro poema de los dones, de Borges. Pero este no es una pequeña cosa. Es muy, muy grande.