LA GANGRENA

Hace unos años, Ingmar Bergman hizo una película con ese título, La gangrena. No sé si hoy día se hacen ese tipo de películas; el ruido y el espectáculo se llevan toda nuestra atención.

Contra toda evidencia, y contra lo dicho por sus jefes, el de los empresarios españoles y el del Gobierno del que forma parte como ministro de Hacienda, Montoro, ha dicho públicamente que no es que los salarios estén bajando, sino que «crecen moderadamente». Y continúa de ministro de Hacienda.

Ante la noticia de que 5.833 parados han sido sancionados por cobrar la prestación de desempleo y estar trabajando, la vicepresidente y portavoz del Gobierno del PP, Soraya Sáenz de Santamaría, dice públicamente que son 500.000 los parados defraudadores. Y continúa de vicepresidente y de portavoz.

En el caso del cobro secreto de dietas por asistir a unas reuniones en las que no se enteraron de la situación económica de Caja Navarra, y en las que no tomaban ninguna decisión en relación con la misma, pero sí cobraban, y a las que asistían «por imperativo legal» (o sea, por el puesto político que desempeñaban) según declaraciones de los 4 implicados, todos de UPN, de acuerdo con la instrucción del caso llevada a cabo en Navarra por la señora jueza Ana de Benito, el Tribunal Supremo (en Madrid) desdice a los investigados y dice que «aquí no ha pasado nada», que no hay delito de cohecho.

Una sociedad, un grupo social… cualquiera que dé por bueno ese tipo de declaraciones, manifestaciones, justificaciones y explicaciones…, está enfermo, tiene la gangrena metida en el cuerpo; enfermedad moral, más grave que la física, según oí decir el otro día.

De eso se valen los grandes corruptos, ladrones y mentirosos -de las pequeñas corrupciones en nuestra vida corriente de cada día- para justificar sus fechorías. Total, todos somos iguales y hacemos lo mismo, cada uno a nuestro nivel, teniendo la ocasión y la oportunidad.

Pero no es verdad. Aunque entre nosotros la mayoría cojee, de un pie o de otro, lo propio de la naturaleza del ser humano no es la cojera, sino el andar equilibrado, elegante incluso. La cojera es un fallo, un problema que hay que resolver.

Confío en que eso de que todos somos iguales deje de verse desde el punto de vista fatalista y pase a ser considerado como un derecho y un logro de la consecución de la igualdad real de oportunidades ante la vida de cada día, así como que la salud y la elegancia en el interactuar con nuestros conciudadanos vayan ganando terreno al actuar insano, torpe, y feo, consiguiendo dotar de un significado más pleno al dicho «todo se pega», incluso la hermosura.

Jesús Mª Aragón Samanes