La Europa que queremos

POR UN PROYECTO GLOBAL EUROPEO 

POR PATXI ORTIGOSA GOÑI – Lunes, 21 de Septiembre de 2015

Pensar en Alemania no me quita el sueño. Pero tras la reciente reafirmación de su poder en la eurozona, con la crisis griega acaecida a mediados de julio, no soy el único que empieza a notar las punzadas del insomnio”; así se expresaba el autor del texto El Diktat alemán, artículo publicado en 2013. Esta Unión Europea se nos ha revelado como una Europa germanizada, en la cual este país no se autorregula y ha impuesto unas duras condiciones a Grecia para su rescate económico.

Olvidando que tras estos seis años de crisis, el país ha perdido un 26% de su PIB, el paro juvenil supera el 50 por ciento. Según la OCDE casi uno de cada cinco griegos no puede pagarse una comida decente, siendo el índice de pobreza infantil de un 40 a 50 %. ¡No se acuerdan de la República de Weimar? ¿Han olvidado el Plan Marshall? ¿Dónde está el tan cacareado plan de estímulos económicos e inversiones, prometido por el presidente, señor Jean Claude Junker, por un importe de 300.000 millones de euros?

Las condiciones impuestas a Grecia no tienen un objetivo en modo alguno económico sino político: tumbar al gobierno de Tsipras, humillar a los griegos y decirles a los pueblos del sur que no hay alternativa a la austeridad de Merkel (salvando así la cara de los gobiernos cipayos que necesitan mantener la excusa de que no había alternativa a las políticas de ajuste).

A principios de la crisis, allá por el año 2009, Grecia tuvo que pagar ingentes cantidades de dinero en intereses para financiar su deuda así como Italia, España y Portugal, debido a los reparos de Alemania a que el BCE comprara deuda de estos países; cosa que ahora, ya está haciendo, con la consiguiente rebaja en este capítulo, para esos países mencionados. Mientras Alemania se financiaba al cero por ciento, cuando no cobraba por colocar su deuda. Reglas establecidas en el Tratado de Maastrich que benefician a unos y perjudican a muchos más. Normas que ha intentado cambiar el Gobierno heleno con escaso éxito. Y llegará un momento que todos estos países pagarán todavía aún menos por su deuda pública debido a que llegaremos más pronto que tarde a una mutualización de toda la deuda emitida en euros, como muy bien señala la exministra francesa de Asuntos  Europeos y redactora del Tratado de Maastrich, señora Elizabeth Guigou.

También ha sido reprobable la insistencia del ministro de Hacienda alemán, Wolfgang Schäuble, en propugnar como mejor solución la salida inducida de Grecia del euro: no lo es, como supo ver, y evitar, su superiora, la canciller Angela Merkel. Por cierto, opiniones del ministro de Hacienda que solamente han sido contestadas en Alemania y por algunos dirigentes de la socialdemocracia alemana. Esa hipótesis ni está jurídicamente especificada en el Tratado (pues los constituyentes la descartaron), ni figura hoy en ninguna decisión política; pero se ha trasladado a los mercados, lo que deteriora la seguridad de la moneda única, un duro revés para esta del que Schäuble debe responder. Gobiernos e instituciones europeos han luchado durante años por convencer a los mercados de que el euro es un proyecto político y por tanto irreversible. Ahora, de un solo plumazo, el Gobierno alemán, con la sola oposición de Italia, Francia y Chipre (España se sumó a la mayoría silenciosa dispuesta a enseñar a Grecia la puerta de salida) acaba de aceptar que la unión monetaria es un camino de ida y vuelta.

Como siempre se ha dicho, Alemania es demasiado grande para Europa y demasiado pequeña para el mundo y con la reciente crisis de los refugiados nos estamos dando cuenta de ello. La Unión Europea ha pecado de miopía y no ha sabido ver lo que se le venía encima después de cinco años de guerra en Siria y teniendo en cuenta el ascenso del Ejército Islámico y la evolución de Irak. ¿Para qué sirve la Agencia Europea de Fronteras si no le dotan de más medios? ¿Dónde está la diplomacia europea? Hace falta una refundación de Europa, con la participación más activa de otros países importantes, para conseguir no solamente una integración económica sino sobre todo social, una Europa de los ciudadanos, no la de la oligarquía empresarial. Unión Europea que garantice unos mínimos de bienestar social, subsidios sociales, prestaciones sanitarias, de desempleo, ayudas sociales, etcétera, como muy bien han señalado los gobiernos de los presidentes François Holande y Mateo Renzi, en suma, algo parecido, que ya se dijo años atrás, una especie de Carta Social Europea.

Ahora con el problema de los refugiados lo estamos viendo la disparidad de criterios y ayudas que se conceden dentro de la Unión Europea, con ayudas jugosas en Suecia y Alemania o por el contrario políticas racistas como en Hungría, poniendo en evidencia las carencias de esta Unión Europea. Los veintiocho países de la Unión han aprobado estos días un acuerdo de reducción de emisión de gases de CO2 a la atmósfera pero se muestran incapaces de resolver la grave crisis actual de la llegada refugiados.

Una Europa federal, dotada de más políticas comunes en materias como la inmigración, seguridad, defensa, asuntos exteriores y fiscalidad es sin duda la mejor manera de promover el interés general de los europeos. Para alcanzarla, seguramente sea necesaria una pedagogía que muestre que un gran acuerdo sobre los grandes temas del momento ofrecería beneficios para todos los Estados.

Los actuales retos globales como las migraciones, la paz mundial, el terrorismo, la desaceleración económica, exigen una mayor integración de los países europeos, para sumar esfuerzos y llegar hasta donde no pueden llegar los Estados solos, con sus presupuestos. Solamente una Europa integrada y que hable con una sola voz será capaz de subsistir en un mundo cada vez más inseguro, con numerosos conflictos abiertos y fuertes rivalidades regionales so pena de sucumbir a sus viejos fantasmas históricos, como en el pasado, con las dos guerras mundiales.

Las crisis son también oportunidades para acelerar el proceso de integración europea, que ya no tiene marcha atrás, pese a los que diga el ministro alemán, el señor Wolfgang Schäuble.                                                                                                                                El autor es exdelegado de CCOO