[Opinión] Como el carlismo no tiene cura le quieren aplicar la eutanasia

Artículo de Josep Miralles Climent publicado en www.noticiasdenavarra.com 3/02/2017

Estimado director,

Leo en su edición del 31 de enero de 2017 un artículo titulado “El carlismo no tiene cura” sobre el cual desearía hacer algunas reflexiones. No soy navarro pero trabajé instalando líneas telefónicas en Navarra y viví una década en el corazón de Pamplona, en la calle Estafeta, entre 1977 y 1986, años de duras luchas callejeras, en los que el Partido Carlista estaba muy bien visto por una izquierda -fue fundador de Izquierda Unida- que por entonces no se atrevía a criticar de la manera como lo hacen ahora que le ven frágil.
Toda esta polémica viene a cuento del Museo del Carlismo instalado en Estella/Lizarra pero que hasta cierto punto abarca al carlismo en general.

La síntesis del análisis de los firmantes del último artículo de los seis habituales miembros del ateneo Basilio Lacort, bajo el título indicado, publicado en su diario, consiste en calificar al carlismo navarro de reaccionario y violento desde su nacimiento en el primer tercio del siglo XIX, lo cual se hace extensivo también al carlismo del resto de las Españas.

Reaccionario porque lucharon contra la revolución liberal, y violento porque lo hicieron con las armas en la mano (por cierto, pocas armas porque la mayor parte de ellas las tenía el ejército regular español, el liberal). Cuando el pueblo se levanta contra lo que considera una imposición, lo suele hacer con los medios que puede, como los de Fuenteovejuna. Después, si pueden, suelen arrebatar las armas a los que las tienen.

La revolución liberal, hija de la francesa, de la Ilustración, y del capitalismo, como casi todas las “revoluciones”, “progresos” y crecimiento-desarrollo-capitalista, suelen ser fruto de unas elites mandantes, no del pueblo, que acaban imponiéndole sus intereses;a algunos les acaban convenciendo y a otros no tanto, o no tan pronto, y si los convencen es porque siempre las migajas que les caen suelen ser más grandes, aunque no necesariamente más sanas.

Los progresos, revoluciones, avances y crecimiento económico de los poderosos, primero los imponen por la fuerza como ocurrió con la conquista de América o con la expansión hacia el oeste de los EEUU, o el colonialismo de las metrópolis europeas. En Europa tenemos el ejemplo de las masacres de los campesinos vendeanos (jacqueries) en la Francia revolucionaria a los que se les quiso imponer un servicio militar forzado, para satisfacer los delirios “revolucionarios” y “modernizadores” y el centralismo parisino, así como la destitución de los párrocos y su sustitución por otros nombrados por el Gobierno revolucionario. Más tarde, en el siglo XX lo hicieron, o lo intentaron, las nuevas religiones “humanistas” del siglo, el fascismo musoliniano, el nazismo hitleriano, el comunismo estalinista o el liberalismo anglosajón, masacrando pueblos por doquier. Algunas de estas nuevas religiones no estuvieron exentas de responsabilidad durante la Segunda República española y la Guerra Civil, así como sus seguidores y protagonistas en las Españas;también muchas organizaciones políticas y sindicales que, en no pocos casos, defendieron lo indefendible o miraron para otra parte ante sucesos criminales de los gobiernos de turno, primero los republicanos y después los de la dictadura franquista.

Otras veces las elites se impusieron mediante elecciones censitarias o amañadas por los caciques, como en las Españas de buena parte del siglo XIX. Y, en la mayoría de los casos del siglo XX, lo hicieron por medio de democracias llamadas populares o con la idea de una democracia liberal burguesa, monárquica o republicana, en la que se vota cada cuatro años y se deja a los políticos que hagan de su capa un sayo mientras procuran que la gente viva adocenada y pensando sólo en el pesebre y en un consumismo mucho más alienante que la religión, la que otrora –según Marx- fue el opio del pueblo.

A mi modo de ver, la verdadera enfermedad que hoy existe y que parece que no tiene cura, no es el carlismo –que es una hormiga sobre un elefante- sino el sistema liberal capitalista y burgués –perdón por utilizar una expresión tan antigua- que padecemos y que basa el bienestar del pueblo -sólo de algunos pueblos, claro está- en un slogan que -parafraseando a otro más políticamente correcto- sería: “vive y deja morir”.

No, señores del ateneo Basilio Lacort, no pierdan el tiempo con ataques al carlismo que lleva ya tantos años como Vds. siendo pacifista y demócrata según mandan los cánones del presente postmoderno. Y si hemos de mirar al pasado, habrá que mirarlo todo, todos los crímenes de la historia, en Navarra, en las Españas, y también en la aldea global en la que hoy vivimos;habrá que mirar los crímenes en nombre de las viejas religiones de los dioses paganos, de Yahvé, del cristianismo, del islam, de las viejas religiones orientales… Y también de las nuevas religiones de la modernidad, del capitalismo, del liberalismo, del comunismo, del fascismo, del nazismo… y hasta de las democracias –republicanas o monárquicas-, de la que tanto se nos llena la boca, en cuyo nombre, no hace mucho, se han masacrado pueblos del Oriente próximo, y en Euskal Herria, tampoco hace tanto, las cloacas estatales de la monarquía constitucional, bajo un gobierno socialista, crearon unos grupos terroristas llamados GAL, para combatir a otros llamados ETA, por no hablar de la corrupción que campa por doquier protagonizada por partidos y sindicatos de todo el espectro ideológico.

¿Realmente creen Vds., señores del ateneo Basilio Lacort, que sólo el carlismo tendría que pedir perdón por los crímenes cometidos en su historia?

¿Creen de verdad que los pocos carlistas que quedan hoy, sean de la tendencia que sean, hijos, nietos o biznietos de los navarros de 1936 -que nada tienen que ver con aquéllos-, tengan que pedir perdón a los hijos, nietos o biznietos de los asesinados entonces?

¿No se les ha ocurrido pensar que algunos de los descendientes de los izquierdistas luego fueron carlistas –cuando no franquistas o falangistas- y, más aún, muchos de los descendientes de los carlistas son ahora izquierdistas o abertzales?

¿Realmente creen que pedir perdón ahora iba a servir de algo? ¿Qué organización carlista es la que tendría que pedir perdón, la de los tradicionalistas de derechas, la socialista autogestionaria de izquierdas, o todas juntas en unión que defendieron la bandera de la Santa Tradición?

Si realmente pidieran perdón ¿se quedarían así conformes? ¿Estarían Vds. dispuestos a reconocer que los culpables de los atropellos de los años 30 y siguientes no fueron sólo de los carlistas? ¿Estrían dispuestos a reconocer que miles de carlistas de toda edad y condición fueron también torturados y asesinados en el otro bando?

Como Vds. saben muy bien, los puntos de vista sobre la larga historia del carlismo son muy diversos. Historiadores de diversas tendencias ideológicas han apuntado interpretaciones incluso contradictorias porque las ideologías –cuando no los prejuicios- lo impregnan todo. Pero lo que aquí interesa no es una interpretación ideológica, sino histórica –no me atrevo a llamar científica porque para mí la Historia no lo es, o no lo es del todo-, basada no sólo en documentos o en historia oral y recuerdos, sino también en lo que ocultan los documentos, sobre todo cuando la historia suele ser escrita con criterios basados en las ideas triunfantes del devenir histórico. Es lo que yo he llamado en alguna ocasión hiperpresentismo. Se ha dicho también que la Historia la escriben los vencedores y, si es así, sabemos que también el carlismo javierista, el más combativo, perdió en la Guerra Civil española aunque estuviera en el campo de los vencedores.

Sea como fuere, declaro solemnemente que en el presente escrito no soy imparcial en las interpretaciones, pues me salen del corazón –incluso puede que me equivoque en alguno de los datos que expongo a vuelapluma-, como creo que tampoco son imparciales los autores del ateneo Basilio Lacort;más aún, no sólo no son imparciales, sino que son claramente beligerantes exclusivamente contra un movimiento popular como lo fue el carlismo.

Y es que soy hijo y nieto de carlistas del País Valencià. Mi padre estuvo detenido en una checa por ser carlista, salvado de una saca para ser fusilado por intervención de un tío mío izquierdista (gracias, tío Quico, porque a ti te debo mi vida);hizo la guerra, primero con los republicanos y después con los requetés. Mi madre fue margarita en Frentes y Hospitales y algunos familiares de mis padres fueron asesinados a sangre fría en la zona republicana. También soy sobrino-nieto de socialistas uno de los cuales fue sometido a consejo de guerra sumarísimo y encarcelado tras la guerra civil, en el cual mi padre declaró en su favor. Pero el caso es que yo acabé siendo militante del Partit Carlista del País Valencià, detenido en tres ocasiones, procesado en otra y multado en otras tantas por mi oposición y lucha contra la dictadura franquista. Pues bien, como carlista que soy, e hijo de tales ¿les bastará con que yo, uno de tantos descendientes de lo peor de lo peor –ya que, como carlista, parece que no tenga cura-, les pidiera perdón a los asesinados en Navarra para que desistieran en repetir escritos cargados de resentimiento y dejaran que la verdad histórica salliera a la luz de forma académica? Me temo que no. La Historia, guste o no guste, la deberían escribir los investigadores, los que la analizan y la contrastan con los menos prejuicios posibles;no los ideólogos ni los afrentados que, es fácil que puedan –podamos- caer en la falta de objetividad cuando no en el resentimiento.

Se ha dicho, sobre los crímenes de la Guerra Civil, y el franquismo -¿y por qué no sobre la República?- que debe relucir la verdad, la justicia y la reparación. Pero puesto que la justicia franquista fue una farsa y sus juicios deben ser nulos, ¿No habría que buscar la verdad, la justicia y la reparación de todos los crímenes cometidos durante la guerra y el franquismo? (dejo aparte, no sé por qué, los crímenes cometidos durante la República, tanto por civiles como por las fuerzas de seguridad del Estado contra las clases populares en muchos pueblos de las Españas y también de Euskal Herria y, por supuesto, en algunos pueblos de Navarra). En cualquier caso estimo de suma justicia que todos los asesinados, desaparecidos o enterrados en fosas, simas o cunetas, deberían buscarse de acuerdo con las familias que lo deseen, a cargo del Estado y darles digna sepultura.