Hacer frente al pasado

Hacer frente al pasado

por miguel izu – Jueves, 28 de Julio de 2011

HACE unos días, Ludger Mees escribía sobre La digestión del pasado vasco, proponiendo una Vergangenheitsbewältigung a la vasca, trayendo ese vocablo que puede traducirse por hacer frente al pasado y que se ha popularizado en Alemania para describir el proceso de confrontación pública con el pasado nazi. Proponía, con acierto, que al entrar en una nueva etapa pos ETA, se realice un debate -no solo académico- sobre cómo fue posible que en una sociedad desarrollada y culta pudiera perdurar y reproducirse un fenómeno violento como ETA durante tanto tiempo, en el que todas las fuerzas políticas se pregunten si sus tentaciones de instrumentalizar el fenómeno del terrorismo en uno u otro sentido no ha sido uno de los factores que han alargado el ciclo vital de ETA, en el que la sociedad civil se pregunte si realmente realizó un esfuerzo suficiente para combatir a la violencia, y, sobre todo, en el que la izquierda abertzale analice autocríticamente su trayectoria. Indica Mees que no es bueno «abortar este necesario debate con la tan recurrente respuesta de que hay que mirar al futuro y no al pasado. Sin pasado no puede haber futuro, y si se aplaza el debate, volverá más tarde con mayor virulencia, tal y como ocurrió en el caso alemán».

Leí estas líneas en El País hallándome en El Escorial para asistir a un curso de verano titulado Setenta y cinco años después, una revisión de los mitos del 18 de julio dirigido por el profesor Ángel Viñas con la participación de prestigiosos historiadores. No pude evitar hacer comparaciones. Coincidiendo con el curso y el aniversario no faltaron medios de comunicación y columnistas que volvieron a repetir esos mitos del 18 de julio de 1936, la necesidad del alzamiento militar para evitar la anarquía republicana, la ruptura de España, la persecución religiosa y la dictadura bolchevique, la inevitabilidad de la guerra civil, la responsabilidad compartida de uno y otro bando. Mitos que, por desgracia, resultan inmunes a los datos que en abundancia han ido proporcionando los historiadores en las últimas décadas, ya que los prejuicios suelen ser mucho más potentes para configurar la percepción de la realidad que la realidad misma, y sobre todo más decisivos para la movilización política.

Y volvió a repetirse con este aniversario el sonsonete de que es mejor mirar al futuro y olvidar el pasado, que no hay que recordar la Guerra Civil porque abre viejas heridas. Un argumento interesado que, curiosamente, solo se utiliza para el año 1936. Porque no se suele rechazar el recuerdo del pasado si se refiere a otras fechas distintas; el año que viene vamos a conmemorar abundantemente en Navarra el quinto centenario de la conquista de 1512 (otro enfrentamiento civil, otro motivo de discordia) y también, sobre todo en Cádiz, el segundo centenario de la Constitución de 1812 (en el curso de otra guerra también fratricida). Este año en Estados Unidos están conmemorando el 150 aniversario del inicio de su propia guerra civil, la cual, por cierto, nunca han dejado de recordar. Está claro que cada generación debe reinterpretar su historia, y no solo en el ámbito académico por simple avance de la investigación científica, sino por la necesidad de contar con un relato mínimamente compartido sobre el que basar la convivencia de una sociedad. Nunca hemos contado en España con ese relato; los vencedores hicieron el suyo que impusieron como historia oficial durante cuarenta años (y que en buena medida pervive en los mitos sobre la guerra civil más extendidos), los vencidos también hicieron el suyo en la clandestinidad o el exilio, pero sus herederos, que estamos condenados a convivir en el presente y el futuro, los hijos y nietos de quienes hicieron y sufrieron la guerra, también necesitamos nuestro relato e interpretación.

No cabe cerrar el Vergangenheitsbewältigung sobre la guerra civil y sus consecuencias dando carpetazo como pretenden hacer una parte de la sociedad española y algunas fuerzas políticas que parecen temer su resultado, que no va a ser la reproducción de aquel conflicto, pero sí un juicio histórico sobre el mismo, el juicio que reclamaba el propio caudillo que se proclamaba responsable solo ante Dios y ante la historia. A estas alturas ya no se trata de castigar ni de perseguir a nadie, ni siquiera de juzgar individualmente para declarar a unos buenos y a otros malos, y mucho menos de clasificar las víctimas de uno y otro bando; ninguna muerte estuvo justificada, todas fueron injustas y evitables. Comparto lo que Jorge M. Reverte escribía ahora hace un año: «No existe ninguna diferencia de grado entre las víctimas de Paracuellos y las de Badajoz. Ha existido una diferencia de trato durante 40 años. Pero todos fueron asesinados a sangre fría, de forma indiscriminada, sin juicio y sin causa. Les podemos hacer iguales ahora. Pero la base para conseguirlo es reconocer que ninguno fue asesinado justamente, por mucho que de los asesinos, que no lo fueron todos los combatientes, unos fueran golpistas odiosos y otros fueran odiosos defensores (aunque nos pese a algunos) de una causa justa». Honrar a los muertos que no lo fueron cuando fueron asesinados, en su caso identificar sus restos, no debiera constituir hoy ningún problema, como a nadie molesta el recuerdo de los muertos en las guerras del siglo XIX. Pero si realmente hemos basado nuestra convivencia en unas normas mínimas contenidas en la Constitución que consagra como valores superiores la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, no cabe justificar un golpe militar contra un gobierno legítimamente constituido por mucho que se discrepe de su programa o por muchos errores que se entienda que cometía. Las instituciones y las fuerzas políticas que se han comprometido con el sistema democrático no pueden disculpar o justificar el alzamiento militar de 1936, ya que hacerlo supone tanto como justificar eventualmente en el futuro que la violencia pueda utilizarse para variar un régimen político.

Volviendo a la propuesta de Vergangenheitsbewältigung; mal se puede condenar ahora la violencia de ETA, afortunadamente a punto de desaparecer, exigiendo de los demás también la condena y pidiendo la asunción de responsabilidades mientras se elude condenar otra violencia igualmente injustificable simplemente por ser más antigua.